Uno reconoce que se hace viejo cuando no identifica a ningún de su quinta en las plantillas de la NBA. Se retiró Vince Carter y acepté mi senilidad. Otra buena señal es recordar acontecimientos de hace dos ratos en las efemérides históricas. Reviso perfectamente con todos los detalles esa rueda de prensa en un hotel zaragozano. El nuevo proyecto de básquet, del que poco sabíamos, se presentaba de largo. El pelotazo fue el anuncio del patrocinador. Sería de nuevo el CAI. De nuevo de rojo. Esa fotografía asomaba esta semana en su vigésimo aniversario por los periódicos. Yo asistí a esa conferencia como imberbe periodista. Soy mayor.
Lo peor de que vaya pasando el tiempo es quedarse atrapado en él. Querer revivir una vez y otra esos años que siempre fueron mejores. Tiene narices que lo diga yo. Como redactor diario del actual Casademont me comí los primeros años de LEB y abandoné el barco en el primer y frustrado curso de ACB. En la lejanía, como aficionado raso, saboreé la gloriosa etapa de José Luis Abós y lo que vino después. Mis tiempos pasados no fueron ni de lejos los mejores aunque la memoria me engañe.
Algo parecido me paso cuando, ya como entrenador negado, caí no sé cómo dentro de la interminable fila de técnicos de cantera del Estudiantes. Fue llegar y descender a LEB. Puro gafe. Por suerte la competición estaba cerrada y la ACB me dio algo más de cuerda como cenizo oficial. Tanta que viví otro descenso interruptus en Donosti pocos cursos después.
Pero no hay dos sin tres. A la tercera, fue la derrota. Confieso que no tengo nada que ver. Andaba lejos del Magariños y si me apuran lejos del baloncesto. Cerca de Huesca. Eso sí.
La LEB le está sentando al Estudiantes de maravilla. Va por arriba, como en los tiempos esos de antaño, en los añorados. Van jugando los chavales, se ha hecho limpia dentro del club y se ha recuperado la ilusión, el Femenino va como un tiro y, por todo esto, se ha rearmado cierta sensación de tradición recuperada. El fantasma es una realidad y quizá por eso da menos miedo. Es lo que hay. Era inevitable y se ha convertido en una oportunidad, un renacimiento.
Querer agarrarse a ese pasado, de forma irremediable, es un veneno de nostalgia que oculta que quizá esa ruptura emocional es la solución. Creo que es una persecución que ahogaba al Estudiantes y cuyos síntomas apreció en el Peñas Huesca desde hace demasiado. El llamamiento a esas temporadas de albahaca en el Parque para salvar el ahora son una engañifa que no debe ocultar la aterradora mala gestión que ha derivado en una dependencia deportiva del Casademont y económica de las administraciones y los escasos patrocinadores.
Ni el Peñas de ahora es el Peñas de antes, aunque se vista de Magia, ni el baloncesto del 2022 es el de los ochenta ni Huesca es esa Huesca con el fútbol olvidado en Tercera. Aceptar la verdadera realidad, un presupuesto rácano, darse cuenta que quizá en una categoría inferior se estará más cómodo, o al menos más aliviado, como le está pasando al Estudiantes, quizá sea un llamamiento de vida más certero. El baloncesto se salvará mirando valiente el futuro, redimensionando la verdad hasta un punto que sea sostenible, aunar apoyos cediendo protagonismo que de poco han servido, agrupando a gente de baloncesto por el bien común, consensuando o dejando paso, sin jalear promesas sin sustancia y acomodarse a un contexto realista en el que sobrevivir en la sencillez. Solo entonces, abriendo los ojos en el ahora, se podrá construir en el mañana.