ZARAGOZA | Hay pocas cosas más complejas que explicarle al mundo lo que significa el Real Zaragoza para su afición. Es un sentimiento incondicional, irracional, emocionante. Solo desde esa fórmula se entiende que 2.200 aficionados hayan decidido llenar El Estadio de La Cerámica. Después de 11 años en Segunda División, tras dos derrotas consecutivas, para arropar a un equipo que navega por la mitad de la tabla, en una liga que nunca debió ser la suya.
Si la temporada se resume hasta la fecha desde la decepción, un maravilloso grupo de zaragocistas ha decidido no perder la fe. “No importa el resultado si la grada se llena de color”, recita uno de los cánticos más especiales. Y el Estadio de La Cerámica será un apéndice más de La Romareda, un tentáculo del zaragocismo.
El proyecto de Cordero pareció siempre mejor sobre el papel que sobre el césped. Pero hace tiempo que las victorias del Real Zaragoza se escriben mejor en las gradas que en ningún otro sitio. Allí nadie renuncia a una locura maravillosa, a la más ilusionante de todas las torturas.
El equipo de Julio Velázquez busca reengancharse al único tren que queda en marcha. Y solo puede optar a una victoria, a un triunfo en el nombre de los suyos. Se vestirá de local en campo visitante y se espera una respuesta convincente del grupo, en una liga poblada de oportunidades y también de laberintos.
En uno de los desplazamientos más especiales del curso, la afición responde como siempre. No es ninguna novedad, pero sí el mejor cierre posible: el zaragocismo no se acaba nunca.