ZARAGOZA | El Real Zaragoza logró un empate agónico en el descuento ante el Deportivo de la Coruña (1-1). Francho Serrano alcanzó las tablas por la vía de la cantera, en una conexión con Pau Sans, en un remate que ejecutó con su pie pero salió del corazón. Antes, el equipo de Víctor Fernández había cometido un error infantil, que le llevó a estar otra vez a contracorriente. Sus errores se repiten sin remedio, por mucho que el equipo no se rinda ni sepa entregar la cuchara. Bordeó tantas veces el empate que lo alcanzó en la penúltima jugada, en un gol que se cantó en un coro de 400 voces.
Había sorprendido Víctor Fernández con su once, con cinco novedades planeadas desde la Copa. Situar a Poussin en el banquillo fue la más extraña y su justificación fue simple: decisión técnica. Pero en un fútbol de dibujos y sistemas, más importantes son todavía los errores. El Deportivo de la Coruña se adelantó en una situación delirante. Un córner en contra fue su mejor arma, uno a favor fue la condena del Zaragoza. La jugada estaba preparada para Aketxe, pero el pase de Keidi Bare se perdió en una estación intermedia. Nadie defendió la réplica del Depor, nadie guardó la espalda del córner. Fue un homicidio táctico, un suicidio en Coruña. El robo fue el pistoletazo de salida, el principio de la ventaja. Corrió y esperó Lucas Pérez, que encontró a Yeremay libre. Tras su golpeo, que dio en el palo, el Deportivo tuvo tiempo para llegar dos veces a la contra, el Zaragoza ninguna. Marcó Soriano y el equipo de Víctor Fernández tuvo que remar contra la marea.
Para hacerlo buscó siempre a Iván Azón, hasta desgastar su nombre. El delantero asumió el balón y los golpes: generó ocasiones para sus acompañantes y se fajó en un duelo constante con Pablo Martínez y Pablo Vázquez. Fue su único recurso y es, desde hace tres meses, su única posibilidad. Amenazó Aketxe en un disparo y en su centro, mientras las réplicas del Depor llegaban por la vía de Mario Soriano y Lucas Pérez. Ganó terreno el Zaragoza, adelantó líneas, pero no encontró el remate definitivo, la oportunidad ganadora.
A su sistema, ensayado en la Copa, le faltó profundidad, también rebeldía. Mutilada una banda, Iván Azón volvió a parecer el principio y el fin de todas las acciones. Sin surtidores que le dieran la opción de definir, Azón tuvo que planear las mejor acciones, crearlas contra el viento y toda la defensa.El duelo llegó al descanso con opciones de Calero, que falló en la primera y en la segunda. La más clara fue tras la reanudación, en una acción que juntó a Aketxe, Azón y Marcos Luna. El balón lloró sobre el área y cuando necesitaba una nana, Calero bombardeó la grada. Fue otro fallo imperdonable, la mejor opción del empate tras la reanudación.
Justicia poética
El Depor quiso administrar su ventaja, jugó de memoria en su línea de tres cuartos. Allí coinciden dos diablos, dos magos del espacio reducido. Lucas Pérez y Yeremay se pasaron el balón en un juego de calle, mientras el Zaragoza perseguía en ese lugar de la escena sus sombras.
Víctor Fernández utilizó entonces los cambios y consiguió modificar las tendencias. Logró entonces, por puro empuje, que las oportunidades arrinconaran al Depor. Azón jugó con la línea, se movió sobre el alambre, pero no acertó en todas las ocasiones que generaron sus desmarques. Las dos primeras le cayeron a la zurda, pero faltó finura en la primera y sobró la parada de Helton Leite.
El agobio fue total hasta el final, en una senda que dibujó su cantera. En la última, cuando el Depor ya celebraba la victoria, Pau Sans ganó el metro del centro y Francho Serrano apareció en el lugar del remate. El zorro mostró en ese punto sus mejores cualidades: el factor sorpresa, su capacidad de llegada y su lugar en los momentos de la verdad. Empató el Zaragoza de manera agónica, aliado con el drama, salvador de un golpe directo a su temporada.
El fútbol premió su esfuerzo, pero lo hizo en la misma medida que antes había castigado un error imperdonable. En Riazor salvó los muebles, pero no sus miedos. Fue mejor muchas veces, pero acabó igualando el partido en el alambre. La suerte le dio la espalda, pero la épica hizo justicia.