ZARAGOZA | Real Zaragoza y Levante empataron en un partido frenético, que nunca siguió el carril de la lógica. Una imagen sirve como ninguna otra para resumir el encuentro. En la última jugada, ocho futbolistas acabaron tendidos en el césped, exhaustos en un carrusel de idas y venidas, vencidos ante una cadena de esfuerzos. El partido que había sido racional en la primera mitad, se volvió loco en la segunda. El Real Zaragoza resucitó, pero se quedó a los pies de vencer. Le faltó ambición, lectura, acierto y piernas para gestionar la ventaja numérica.
El Levante controló todas las cosas en el primer acto. Bombardeó a Cristian Álvarez y el portero tuvo que recuperar ese lugar que solo tienen los salvadores. No pudo hacer mucho ante el latigazo de Montiel, dueño de una zurda distinta a todas las demás. Escribá vio en el descanso que el partido se le iba de las manos y la lesión de Vada propició un giro argumental. El técnico dejó de ser él mismo y al Zaragoza le funcionó. Los cambios lo cambiaron todo y Bebé y Azón pusieron el partido boca abajo.
Se contagió Bermejo, que marcó el gol que de él siempre se espera. Durante mucho tiempo ha intentado esa diagonal, trazada por los dioses de este juego. Ayer, en El Ciudad de Valencia, se atrevió a romper con el golpeo y colocó el balón sobre una gatera. A partir de ahí, los dos equipos olvidaron sus pizarras y se entregaron al juego por el juego.
El Zaragoza mandó hasta que la expulsión de Saracchi le dio una ventaja que ya no contemplaba. Con todo a favor, fue incapaz de trasladar la superioridad numérica al marcador. Tal vez sea el mejor equipo en esa extraña virtud.
Mientras Montiel buscaba un disparo que ya es casi una marca registrada, Bebé convertía todos sus ataques en un meme. Giuliano Simeone se desesperaba y Azón, ágil y fresco en sus primeras carreras, parecía desfondado, desquiciado en cada contra. El Zaragoza desperdició el viento a favor y gestionó de un modo lunático todas sus carreras. A esa locura contribuyeron todos los elementos: también las pieles de los equipos, vestidos de un modo antinatural para la cita.
Así terminó un partido que fue muchos en uno solo. Si el equipo de Escribá pudo perderlo todo en la primera mitad, se conformó con no ganar en la segunda. El resultado pudo estar entre las cábalas de todos, pero el desarrollo nunca estuvo en el guión de nadie.