Preocupados y decepcionados. Así salieron muchos aficionados de la Romareda tras el partido ante el Lugo y así se sentían también los propios jugadores y el cuerpo técnico del Real Zaragoza. Es de agradecer su sinceridad. Pocas veces habíamos escuchado a un entrenador hablar tan claro como Idiakez después de una derrota inadmisible en un equipo que dice, aspira a todo esta temporada.
Pero las declaraciones de Idiakez, sinceras a la par que duras, también dejan un halo de inquietud en torno al vestuario. El míster vino a decir que sus jugadores se habían venido demasiado arriba después de la goleada en el Tartiere, que habían sacado pecho y se lo habían partido. En definitiva, que se lo habían creído más de la cuenta y esas cosas, en Segunda División, se pagan caras y se pagan rápido.
Esas declaraciones de Idiakez no ponen en buen lugar al vestuario zaragocista, dejando entrever poca madurez y demasiada ingenuidad en unos jugadores que deben saber lo que es el mundo del fútbol. Unos futbolistas que tienen que saber que no pueden despistarse, ni creerse más que el rival, ni salir al campo relajados pensando que, por inercia, las cosas van a salir bien y el Zaragoza va a golear. Aquí, jugadores maduros y experimentados, como pueden ser Cristian o Zapater, deberán recordar a los más jóvenes que no cabe ni un minuto de relajación.
Eso en lo anímico, pero después está el plano deportivo, en el que el Zaragoza tampoco estuvo bien ante el Lugo. Hay que ser conscientes de que el rival también juega, examina a los de Idiakez y sabe como hacerles daño. Y más a medida que pasan las jornadas y el sistema de juego del equipo es cada vez más identificable. El Lugo lo hizo de maravilla. Los gallegos sabían que debían mantenerse unidos, presionar en el centro del campo y salir al contragolpe porque así, se encontrarían una defensa zaragocista desarmada.
Ni Idiakez ni sus chicos supieron leer el partido en la primera mitad ni ser conscientes de la táctica utilizada por el Lugo. La ausencia de Igbekeme hizo daño al equipo, demasiado daño. Los centrales parecían haber perdido salida de balón sin un jugador como el nigeriano que es un torbellino en el centro del campo, capaz de retrasar su posición para recibir o de adelantarse para dar circulación al balón. Ni Zapater ni Ros fueron capaces de asumir ese papel. Mucho menos Buff, al que Idiakez dio la titularidad en lugar de James. No estuvo a la altura. El suizo se pierde cuando debe jugar demasiado atrás. Su calidad es notable por detrás del delantero, pero ante el Lugo lastró al equipo a la hora de dar salida al balón, sin desmarques para recibir y con movimientos muy estáticos.
El Zaragoza se empeño en ser un equipo “largo”. Los zaragocistas separaban demasiado sus líneas creyendo que así, el balón llegaría antes a las botas de sus delanteros, pero la presión del Lugo era más poderosa. Las perdidas de balón en el centro del campo no dejaban de sucederse antes de que Pombo y compañía pudieran rozar el esférico. En una de esas pérdidas, en este caso, de Zapater, llegó el primer gol del Lugo. Un golazo desde el centro del campo que, fruto de esa separación entre líneas, pillo a todos los jugadores zaragocistas adelantados, incluido Cristian.
Fruto de la ansiedad por marcar, viéndose por detrás en el marcador, el Zaragoza pecó de euforia y aceleración. Los futbolistas blanquillos seguían adelantando posiciones y se veían demasiadas camisetas blancas por delante del balón que impedían un juego más relajado y elaborado. Los pases largos no son una de las virtudes de este equipo. Se hizo notable al ver, en numerosas ocasiones, como los hombres de ataque recibían balones de espaldas, lo que les impedía tener una correcta visión para poder buscar la jugada más acertada.
Faltó calma, conexión, madurez deportiva y mental… En la segunda parte, el Zaragoza mejoró pero fue Dongou el que hizo el 0 a 2. A partir de ahí el Lugo, sabedor de su superioridad, solo tuvo que mantener a los atacantes zaragocistas a raya. Una labor que pudieron realizar gracias a su gran orden táctico sobre el césped.
Idiakez dio entrada a Soro, Papu y Aguirre. No se le puede acusar al míster de no haber tenido actitud ofensiva. En los últimos minutos cerró con tres hombres atrás y volcó al equipo en el ataque, pero si no hay conexión poco se puede hacer. La falta de combinación invitó a muchos futbolistas a intentar hacer la guerra por su cuenta, intentando disparos mal posicionados y pecando de egoísmo. Ese no es el camino. El Zaragoza debe volver a encontrarse a sí mismo en su mejor versión, la que fue capaz de golear en Oviedo. Ese Zaragoza con conexión, sacrificio, solidaridad y trabajo en equipo. Ese sí es el Zaragoza ganador.