El Real Zaragoza se mide al Alcorcón esta tarde, en un partido que solo tiene un sentido y un lugar en la historia: la despedida de José Luis Violeta. En un año simbólico, en el 90 aniversario del club, el Zaragoza ha perdido a uno de sus jugadores más especiales, al más capitán de todos sus capitanes. Frente al Alcorcón, La Romareda le ofrecerá su último adiós. Se espera un partido conmovedor, emotivo, con un recuerdo permanente al León de Torrero.
Violeta iba para ciclista y se convirtió en leyenda del fútbol en Zaragoza. Lo hizo en dos equipos con nombre propio: Los Magníficos y Los Zaraguayos. Su cesión al Calvo Sotelo fue una imposición célebre de su presidente, Waldo Marco. La alternativa a ese movimiento fue volver a arreglar los pinchazos de las bicicletas, como había hecho en su juventud. Y Violeta, ya convencido de sus posibilidades en el fútbol, aprovechó esa salida forzada.
En Puertollano impresionó a Di Stefano en una ocasión y cuando regresó a Zaragoza lo hizo para escuchar los consejos de Carlos Lapetra. En el equipo más redondo de la historia del club, en Los Magníficos, encajó a la perfección en el ecosistema. Fue el pulmón, el jugador que todo lo abarcaba. Junto a Yarza, Cortizo, Santamaría, Reija, Pepín y, por supuesto, cerca del estribillo de aquel equipo: Canario, Santos, Marcelino, Villa y Lapetra.
Llegaron los títulos y las fotografías para la historia. Y cuando el equipo inició su decadencia, Violeta decidió permanecer en Zaragoza. Fue una decisión natural, una declaración de principios. Ya era el favorito de la grada, el tipo al que todos miraban cuando el fútbol se complicaba. Él, tímido fuera del campo, se convertía en un gigante en el césped, en ese líder que predica con el ejemplo. Retrasó su posición y en la zaga mezcló con Manolo González y fueron el punto de partida de Los Zaraguayos. No hubo trofeos, pero sí un subcampeonato y goleadas a los grandes. También la poderosa sensación de que aquel equipo cambió la cultura del club, la percepción de la gente y el estilo de juego para siempre. Violeta ya era entonces el gran capitán, leyenda entre leyendas.
Se retiró tras 14 temporadas; 473 partidos y 14 internacionalidades después de su debut. Nunca dejó de seguir al Zaragoza, de quererlo en público y en privado. Y llevó una vida discreta, plena y modesta. Como si entre sus triunfos se incluyera no presumir de sus conquistas como deportista. Quiso ser un ciudadano ejemplar y fue un héroe de carne y hueso. Hoy, lejos del sueño de Primera, le despide una Romareda en horas bajas. El Real Zaragoza, ese amor incondicional que siempre tuvo, busca un triunfo en su nombre.