El Real Zaragoza venció en Las Islas en el partido más bonito del curso. JIM ganó en el jardín de Pepe Mel, a un equipo armónico, que propone pausa y la mejor caligrafía en el juego. A un grupo así solo se le supera a través del carácter, del pulso competitivo. El Zaragoza mostró eso en Las Islas y un don especial para la supervivencia. Leyó el partido, aprovechó las concesiones y mostró que no hay traje que le siente mejor que el de las grandes ocasiones.
El encuentro nunca siguió un carril lógico. Cuando el partido estaba para perder, el Zaragoza consiguió las tablas. Cuando el encuentro estaba para vencer, lo empató Las Palmas. En el punto en el que el duelo parecía destinado al empate, el Zaragoza logró ganarlo.
El equipo de Pepe Mel mostró las virtudes y los defectos del fútbol canario. Desarrolló un juego atrevido, vistoso, entre futbolistas que parecen clonados para el manejo del cuero. Jonathan Viera porta un dorsal simbólico, el número 21, que es el que mejor le queda a los magos canarios. Se hizo con el partido, se infiltró entre líneas y encontró el desvío de Raúl Navas en una falta que llevaba veneno. Una vez lograda la ventaja, Las Palmas intentó jugar siempre, pero no supo defenderse.
En el primer tanto, dudó Cristian Álvarez. Se rehízo poco después, para negar el segundo gol de Las Palmas en su mejor momento del juego. El Zaragoza no encadenaba pases y no sabía a qué aferrarse. Hasta que Fran Gámez revisó con el tacón la llegada de Bermejo. El madrileño, errático hasta ese punto, firmó con el empeine un gol que le situó mejor que nunca en el encuentro.
Un gol cambió la suerte del Real Zaragoza
El partido fue otro tras el empate, que hizo dudar a Las Palmas. El grupo de Pepe Mel, lleno de grandes acompañantes para Viera, como Kirian Rodríguez, Óscar Clemente o Fabio González, llegó a pensar que su fútbol solo valía para el museo.
En la segunda mitad, el Zaragoza mostró su capacidad de respuesta, un gen competitivo que le ha hecho firme incluso cuando rema a contracorriente. La salida de Vada y Narváez cambió el guión, también en un equipo que ha encontrado respuesta a sus ausencias. Álvaro Giménez vivió y marcó en el área pequeña, de donde nunca debió salir. Allí es letal, casi infalible. En ese punto se descubren los mejores fragmentos de su fútbol.
Las Palmas siguió fiel a su plan tras el segundo del Zaragoza, con más intención que instrumentos. Jesé se había escorado a la banda y desde allí planeó la reacción de los locales. Las resolvió Cristian Álvarez con mano de hierro, hasta que falló en una acción que pudo ser definitiva. No supo si despejar o blocar y el equipo canario, a través de Benito, empató otra vez. En esa fase del partido, Álvarez mostró una condición que no es extraña en los genios. Voló en las paradas más difíciles y se complicó la vida en los registros más sencillos.
Con el empate en el marcador, Vada y Narváez se buscaron para encontrar a Bermejo. El madrileño, que amenazó siempre que pudo a Raúl Fernández, pisó el esférico y llenó de pausa el área. De zurda, trazó el servicio definitivo hacia Álvaro Giménez. El delantero ilicitano logró su tercer tanto y cerró con victoria un partido frenético, lleno de alternativas y de juego.
Como el guión de los encuentros no está escrito, el Zaragoza alcanzó el triunfo donde nadie había vencido. Firma tres victorias consecutivas en la temporada y 13 citas sin derrotas en el casillero. Tres puntos de inflexión después, logró la tercera conquista en el escenario que le alejó de Primera a seis minutos del descuento. En el lugar donde los mejores proyectos se rompieron, el Zaragoza sueña de nuevo.