ZARAGOZA | Enrique Clemente sufrió el reverso más cruel de este juego en El Molinón. Sus dos errores fueron las dos acciones más importantes del partido, la marca de la derrota. También el ejemplo de un juego que puede llevarte del cielo al infierno en un segundo, sin estaciones intermedias. El central amagó con las lágrimas cuando dejó el césped antes de tiempo. Al acabar el partido lamentó su mala suerte y, abatido, pidió perdón a sus compañeros. La noticia entre bastidores le corresponde a Jorge Oto de El Periódico de Aragón. “Fútbol”, le dijo Miguel Linares a Enrique Clemente a modo de consuelo, una palabra que encierra un todo que uno sabe dónde empieza pero nunca dónde acaba. Fue el regalo del 7 en su propio cumpleaños, con la generosidad del que elige dar en el día en el que se espera recibir. Y esta mención podría ser una disculpa del que siempre llega tarde a las felicitaciones.
El regreso de Clemente tuvo un inicio bonito, de cuento, en La Romareda. Reemplazó a Dani Tasende, fue ovacionado por el estadio en el que siempre quiso jugar y tapó la mejor vía del Levante en el partido. Llegó a reducir la influencia del futbolista más determinante en este inicio de competición: Carlos Álvarez. Sólido en la marca, Clemente progresó y buscó el centro, hasta completar una vuelta redonda, un regreso feliz. La semana que siguió esa actuación sirvió para escuchar su voz, un discurso sensato, pausado, más lúcido del que a menudo se les asigna a los futbolistas. Vestir de nuevo la camiseta del Real Zaragoza era su sueño oculto, una voluntad secreta. Lo dijo en rueda de prensa y en una entrevista a la limón con Carlos Nieto.
Esa misma línea feliz siguió en los primeros veinte minutos en Gijón. Decidido, venció en los duelos individuales y sumó en el juego colectivo. En ese tramo tan concreto, todo pareció una prolongación de su reestreno. Dominador, intenso y concentrado, seguía la estela de aquellos que caen de pie. Todo parecía una prolongación de su reestreno, hasta que Guille Rosas le retó a una carrera que Clemente creyó ganada. Dudó, gestionó mal la ventaja y dejó correr el balón demasiado, hasta quedarse a medias entre un despeje y una cesión a Vital. Guille Rosas lo aprovechó, le robó la merienda y el resto parece ya una historia cruel.
Los minutos que siguieron a esa acción mostraron que el fútbol es un estado de ánimo. Si unos instantes antes de su error, Clemente parecía seguro de todos sus actos, después de esa jugada, se convirtió en un flan, en un temblor constante. Se equivocó hasta reducir su porcentaje de pases por debajo del 50%. Se equivocó hasta alcanzar el peor mal de cualquier futbolista: llegó a dudar de sí mismo. Las dudas fueron recuerdo en la jugada que siguió al descanso. Un balón fácil, suyo, se perdió entre sus tacos hasta ser del Sporting, de Jonathan Dubasin. Allí se acabó su partido y empezaron también todos sus remordimientos. Quizá recordó un partido en Montilivi, ante el Girona de Stuani. Quizá volvió sobre sus pasos mil veces, hasta pedir perdón por algo que le dolerá más a él que a nadie.
El sábado vi el partido entre una multitud. A mi lado, un aficionado elogió a Clemente durante veinte minutos y lo destripó durante los veinte siguientes. En su inicio de partido, poderoso y seguro, pronunció una frase atrevida: “Clemente está haciendo que no nos acordemos de Tasende”. Bastaron dos errores consecutivos para que su veredicto se trasladara a un lado opuesto: “Lo siento mucho, me cae muy bien, pero este chico no puede jugar en el Real Zaragoza”. Sin lugar a dudas, aquel aficionado exageraba las dos veces.
La vida parece siempre más equilibrada que el deporte. Quizá en estos días, Clemente ya haya pensado en Gaëtan Poussin, que se recuperó de un error igual de doloroso sobre el mismo césped. Es probable que Enrique Clemente haya recordado la palabra que Linares le regaló en su propio cumpleaños, un concepto que abarca sus errores y sus aciertos. “Fútbol”. Puede que haya pensado también que este juego siempre ofrece una réplica, una opción de revancha.