ZARAGOZA | Ranko Popovic estuvo en Palmadas al Viento en una entrevista amplia, profunda, en la que habló de todo sin mirar el reloj, como si el fútbol y la vida pudieran solaparse en una sola cosa. Recordó su año en el banquillo de La Romareda, la mágica remontada en Montilivi y el dolor que le provocó la derrota ante Las Palmas.
Popovic es un nómada del fútbol, alguien que nunca se sintió extranjero en ninguna parte y que encontró en Zaragoza un lugar para quedarse.
Sentimiento zaragocista
¿Cómo vives un partido del Real Zaragoza, cómo sigues la actualidad del equipo?
El Real Zaragoza es un club que no deja a nadie indiferente. Si estás en su lado, lo quieres. Si estás en el otro, vives emociones distintas. Tengo la suerte de estar en su lado para siempre. No soy zaragozano pero eso no me impide ser zaragocista. El tiempo que viví en La Romareda es una de esas cosas que me marcó para toda la vida.
¿Ves ciertos paralelismos entre tu historia y la de Miguel Ángel Ramírez?
Puede ser. No puedo decir que le conozca mucho, no quiero mentirte. Es un entrenador al que hay que darle tiempo. Y si tenía que vivir un momento desagradable en La Romareda, es mejor que pase antes que después. Conozco bien las claves de este estadio y situaciones como las que vivió en su estreno te pueden sacar el orgullo, las mejores cosas de tu carácter.
Solemos repetir que estamos a tiempo de todo, esperando que por una vez sea cierto. ¿Crees que el Zaragoza aún tiene margen para muchas cosas?
Siempre hay tiempo para todo. Si no crees, es mejor que no lo hagas que ni lo intentes. Creo que el margen más importante para un club llega cuando se fichan los futbolistas. Ahí se hace el equipo y un proyecto. En este mercado tienes más necesidad y menos tiempo. Ahora las ruedas cuando se pinchan, se cambian. Antes no: se reparaban… Es muy difícil que el mercado de invierno te pueda dar exactamente lo que necesitas.
¿Radulovic puede ser ese jugador que el Zaragoza busca?
Es un buen futbolista, tiene una zurda especial y talento de sobra. Pero yo soy una persona que siempre habla del equipo. Radulovic puede ser una pieza que mejore al grupo. No tenemos muchos jugadores que puedan marcar todas las diferencias. Y quizá por eso para mí la clave estará siempre en el equipo.
¿Y Bazdar?
Bazdar es el futbolista que puede hacer jugar al resto. A lo mejor no es el mejor jugador del mundo, pero sí que hace mejores a los que están a su alrededor. El ejemplo está muy claro con Azón, al que hace que se sienta siempre bien. Esos son los jugadores que el Zaragoza de hoy necesita.
Conocíamos hace poco que el Zaragoza va a recuperar la figura del psicólogo deportivo, ¿qué importancia te parece que tiene eso para ti?
Es importante, pero creo que el entrenador debe ser también una especie de psicólogo de su plantilla. Tiene que entrar en el alma de los jugadores. El problema es que muchos entrenadores se olvidan de eso. Se dedican profesionalmente y futbolísticamente pero descartan la parte humana. Creo que vivimos en una época muy superficial: en el Real Zaragoza no puedes comportarte como Guardiola o Klopp. También a ellos, cuando falta una pieza, se les puede caer el equipo. Siempre es importante leer el estado anímico de los jugadores, hablar con ellos de manera individual. No sé si tengo un don, pero en cada saludo suelo hacer un escáner y ver cómo están mis jugadores: si tienen algún problema, si han dormido bien. Luego les llamo y les pregunto cómo están. Y me equivoco muy pocas veces. Trato de tener un tener un contacto muy abierto y de plena confianza.
2014 y su llegada a La Romareda
Después de desarrollar una carrera como líbero, de sumar tres Champions consecutivas y enfrentarse al Madrid o el Manchester United, conoció España en Almería y llegó para quedarse. Eligió más tarde los banquillos y tras asentarse en Austria y conocer el fútbol japonés, le esperó el Zaragoza. Carlos Iribarren le dio la oportunidad: “Confió en mí y siempre sentí que debía dar más de mí por él, que debía estar a la altura”.
¿Cómo fue aquella llamada, cómo recuerdas la apuesta del Real Zaragoza?
Estuve en una fiesta en Belgrado de un amigo mío de la infancia y volví a mi ciudad, a 180 kilómetros de Belgrado. Estaba a punto de aparcar e Iribarren me llamó para preguntarme si me sentía capaz de dirigir al Real Zaragoza. Le dije que no era cualquier club, pero que si me llamaba, me sentía capaz de hacerlo. Si él estaba seguro, yo no podía decepcionarle.
¿Qué sabías del Real Zaragoza antes de llegar?
No sabía tanto como los que estaban aquí pero sabía muchas cosas. Era un enfermo del fútbol mundial, europeo y español. Sabía de la tradición, de sus éxitos, de la grandeza del Zaragoza. Vi por la tele la Final de la Recopa, el Gol de Nayim. Iba con el Zaragoza sin saber que luego lo entrenaría. Recuerdo cómo marcó el gol y la cara de Seamann. De pequeño coleccionaba los pins de los equipos y uno de los escudos más bonitos que tenía era el del Real Zaragoza.
¿Qué club te encontraste?
Me intenté centrar en el césped. Al margen de eso, ojalá todos los entrenadores tengan la relación con la directiva que tenía yo. Tenía un respeto mutuo con los miembros de aquella directiva y ellos me respaldaron. Siempre intento estar en función del club, no pensar en mí. Creo que hay que recordar que salvaron al club en sus peores momentos. Siempre les estaré agradecido porque creyeron en mis condiciones.
Aquella plantilla tenía mucho talento, entre ellos a un distinto como Eldin Hazdic, casi un jugador de culto para toda una generación. ¿Cómo se trata a los genios?
Con normalidad. Tienes que dedicarte a ellos. Tienes que saber qué cosas son capaces de hacer y todavía más, debes entender las cosas que no saben hacer. Llevarles al terreno en el que se sientan cómodos. Mis primeros días en Zaragoza no podíamos hacer 11 contra 11, nos teníamos que conformar con 7 contra 7. Teníamos una plantilla muy corta, eran los peores momentos del club. Había futbolistas lesionados, otros en el final de sus carreras. Y debíamos recordar que éramos el Real Zaragoza. Muchas veces eso solo nos perjudicaba, no nos ayudaba.
Ranko Popovic y el talento de un grupo
En aquel equipo había problemas de cantidad pero no de calidad…
Sí, había mucho talento, pero hay que recordar que William José, Leandro Cabrera y Jaime Romero proceden de un Real Madrid Castilla que descendió de Segunda A. Vinieron aquí y todos esperaban que marcaran las diferencias. Jaime Romero por ejemplo, era un chico inquieto, al que tenías que tratar de diferente manera. Era muy movido, tenía una cabeza que no aceptaba nada, vivía en su mundo. Se volvía loco si le dabas el peto de los suplentes. Logré prepararle, entenderle y soportarle hasta que llegó su momento.
También estaba el mejor Borja Bastón…
Tuvimos tan buena relación que me invitó a su boda. Había tenido 20 entrenadores y solo nos invitó a mí y a mi asistente. Decía que nadie le había entendido como yo. Es un chico especial. Le recordaba que aquí iba a ser importante, pero que con el Cholo había chicos que tenían mucha más hambre que él. Solo quería verle sonreír. Le decía “eres tan guapo que hasta cuando fallas, la gente te aplaude”. Solo quería que se esforzara y disfrutara con el fútbol.
Había que quererles a todos igual, pero de una forma diferente…
Sí. La misma cantidad de amor y de cariño, pero de una manera distinta. Quizá el mejor ejemplo fue William José.
¿Cómo lograste que en el tramo final mostrara que podía ser el jugador que ha sido después?
Es un chico magnífico, pero muy introvertido. Vivía en Aragonía y no se juntaba con nadie. Iba y venía en taxi, tenía tres futbolistas que vivían a su lado. Les decía a Borja, Lele o Jaime que le sacaran a cenar, que yo pagaba la cena. Willy nunca quería. Se llevaba bien con el utillero, con José, con él tenía más confianza que con nadie. Recuerdo que después de un partido ante el Alcorcón me preguntaron en la rueda de prensa. Públicamente pocas veces regaño a los futbolistas. Contesté que en la primera parte había estado bien, que en la segunda fatal. Dije que era intermitente, que se apagaba y se encendía.
¿Qué pasó entonces?
Pensaba que iba a reaccionar pero no lo hizo. Les dije a mis asistentes que tenía que hacer algo que no me gustaba, que no le iba a poner en los próximos partidos ni hablar con él. En Valladolid, antes del partido, le cogí en los vestuarios y le dije: “¿Me puedes prometer solo una cosa? Quiero verte disfrutar como cuando juegas en Brasil, en la playa. Y que nos hagas felices y disfrutar a los demás”. Se le saltaron las lágrimas. Le dije que iba a jugar todos los partidos que quedaban. Salió, marcó y rompió el partido. Borja se lesionó y te puedes imaginar que si no hubiera hablado con él antes del partido, la historia hubiera sido distinta. Al acabar les dije a los periodistas que iba a marcar cinco o seis goles en lo que quedaba de temporada. Y lo hizo.
Aquel curso fue el de la irrupción de Jesús Vallejo. ¿Cuándo se te ocurrió darle el brazalete a un recién llegado?
Pensé cómo eran los aragoneses, que tienen un orgullo especial por los chicos de casa y de cantera. Era un chaval querido, maduro, que merecía serlo. Era muy tierno, inocente y natural. Pensé que era capitán en todas las categorías inferiores de la selección, incluso cuando coincidía con Marco Asensio, Dani Ceballos… Me imaginé que si España ganaba, Vallejo iba a levantar la Copa. Pensé que en su casa tenía que estar también en ese sitio. Era consciente de la situación del Real Zaragoza, llegué a pensar que ese brazalete podía suponer un par de millones para el club. Quizá no gestione bien un detalle: Pedro Sánchez era el capitán de aquel equipo. No le avisé de lo que había pensado y le retiré la capitanía. No era un jugador con tanto sentido del grupo como Mario Abrante o Rubén González y no lo llegó a entender. El fallo fue mío. Solía pensar en muchas cosas y estar pendiente de todo, pero eso se me escapó.
Llegaste al equipo en noviembre y nadie contaba con él, ¿qué acabó pasando para que sí estuviera?
Cuando lo cogí me dijeron que si metía al equipo en playoff, sería el rey. Soy muy competitivo, muy cabezón, más que los aragoneses. Durante toda la temporada pensé que para nosotros lo mejor sería rozar el playoff. Si lo rozas, nadie te toma en serio. Pensaba que jugar con la presión iba a ser mucho más difícil y complicado jugar con la presión de estar. Creía que podíamos aprovechar el último tramo y meterse en el playoff. Así nadie te iba a tomar en serio, pero todos los rivales iban a ser nuestros.
Ranko Popovic y una remontada inolvidable
Llegó un playoff inolvidable, con una remontada en la que solo unos pocos creyeron…
En la primera ronda del playoff, jugamos la ida en casa. No pudimos contar con Bono, que se fue con la selección marroquí por mucho que intentara convencerle. No hicimos un mal partido, pero Becerra lo paró todo. Nos castigaron mucho: nos pillaron en un córner, en una contra… Hice una cosa que en la vida había hecho. En los últimos minutos, perdiendo 3-0, puse un central más. Pensaba que si nos marcaban un cuarto la eliminatoria estaría totalmente perdida. Fue como una señal del cielo. Cambié a Tato, que estaba por aquí de casualidad, y montó un número. Pensó que yo iba a estar pequeñito por el resultado. Tiró las botas, empujó a José, al utillero. Le cogí y le dije que se fuera del campo, que sino lo hacía no íbamos a salir del campo ni él ni yo. Era una falta de respeto para el utillero y otra para mí. La mía la aguantaba, la del utillero no se la podía perdonar. Al día siguiente, obligué a Tato a que se fuera de aquí y todos lo agradecimos.
Siempre has hablado de la charla al acabar el partido, ¿empezó ahí la remontada?
Si dejas que te influya la derrota, la grada, el resultado, no eres entrenador. Les pedía que levantaran la cabeza, les comenté que estaba orgulloso de ellos: del partido que habían hecho y no del resultado. “Así sí que puede perder mi equipo. Y no vamos a perder dos veces en tres días jugando como hoy”. Les dije que íbamos a ir a Montilivi a ganar. Que marcaríamos un gol y que ellos pensarían en los dos que tenían de ventaja. Que marcaríamos el segundo y que después ya serían nuestros. Y lo fueron. Salimos con el fuego en los ojos y se sentía en el ambiente que podía pasar.
¿Qué porcentaje de zaragocistas creen que creían?
De verdad solo esas 168 personas que fueron a Montilivi. Le dije al club que a esos zaragocistas tenían que regalarles el carnet de por vida. El regreso fue espectacular. Y creo que despertamos un zaragocismo que estaba dormido. Un buen amigo me dijo que los niños solo llevaban camisetas de Messi o de Cristiano. Le contesté medio broma y medio en serio: lo vamos a cambiar. Creo que ese playoff fue una parte importante en el renacer del zaragocismo. La llegada fue increíble. Vivimos uno de esos momentos que se quedan de por vida, lo más parecido al nacimiento de mis hijos. No se puede comparar de esa manera, pero creo que te lleva a sitios parecidos y que te saca tanta emoción. Sentía que había hecho algo por el zaragocismo, por las generaciones que no habían vivido los triunfos de este club. Para muchos de los jóvenes fue el punto más álgido de su club. Esa remontada lo cambió todo.
Después de la hazaña, llegó la final ante Las Palmas…
El ambiente en La Romareda en la ida fue único. Solo recordarlo hace que se me ponga la piel de gallina. Empezamos perdiendo y me acuerdo mucho de Lele Cabrera. Tuvo un fallo, era su cumpleaños y tuve que cambiarlo. Me sentí mal, pero era lo que el equipo necesitaba. Habían venido su hermano y su padre de Uruguay para verlo. Con ese movimiento cambiamos el partido y logramos remontar. Al día siguiente me encontré con su padre y me dijo que lo había hecho bien, que el punto clave era el cambio de su hijo. Son las cosas bonitas del fútbol y de la vida. Me alegro mucho de que aquel día logramos construir algo bonito de verdad.
El fútbol nos ofreció el reverso más cruel, el partido en el Estadio de Gran Canaria. ¿Cuántas veces ha vuelto tu cabeza a ese lugar, a ese minuto 84?
Sentí una tristeza que no se puede explicar. Durante siete días me acostaba y me levantaba con Las Palmas en la cabeza, con fuego antes de abrir los ojos. Sentía rabia y tristeza. Tenía 14 años cuando murió mi padre y te lo puedo comparar con ese momento. Estaba enfermo y se salvó el día que se tuvo que marchar, por lo mal que lo pasó. En Las Palmas me sentí de una forma parecida. Me sentí hundido. Sabía lo que significaba para el club, sabía las deudas que había. Nosotros jugamos en aquel partido con muchas bajas, solo con William José y Jaime como delanteros. Tuvimos muy poco margen de cambios. Estaba seguro de que íbamos a meter un gol. Pensé que si dejaba a uno de los dos en el banquillo, mandaba un mensaje defensivo al equipo. Creí que el bicho, Willy, se iba a escapar e iba a marcar el gol que necesitábamos. Borja Bastón estaba en el banquillo, pero de manera circunstancial: no estaba para jugar. Tuvimos muy mala suerte en los dos goles. Recuerdo que al acabar el partido Jonathan Viera vino corriendo por los pasillos del Estadio de Gran Canaria. Me dio la enhorabuena, por todo lo que había hecho. No era un gesto de cortesía, él tenía que estar celebrando con los suyos.
En el minuto 84, Araújo fue el verdugo…
De aquel partido solo me duele que el equipo no supo reaccionar tras el 2-0. Que se quedo hundido, vencido, cuando todavía había tiempo. Eso fue para mí la mayor de las derrotas. Pero pese a todo creo que conseguimos algo muy importante en aquel playoff.
¿Qué te ha enseñado el fútbol?
Que siempre hay que luchar hasta el final y que nunca se debe dar nada por perdido.