Allá por la década de los 80 los niños que practicábamos algún deporte lo hacíamos sobre todo como una forma más de llenar el tiempo libre. Nuestros padres también lo comparaban con otras actividades propias de la niñez y la pubertad como jugar a la pelota en la calle o pasar horas en los salones recreativos, solo que más seguro y por tanto tranquilizador para ellos. La mayoría nunca iba a las competiciones (¿quien no fue en autobús urbano con el entrenador a los partidos fuera de casa?) y aún menos a los entrenamientos.
Hoy día, por fortuna, la mayoría de padres conocen los enormes beneficios que supone el deporte para los niños en muy diferentes aspectos: formación en valores, crecimiento personal, socialización, hábitos saludables… Es por ello que nuestro interés por todo lo que rodea la actividad deportiva de nuestros hijos lo tengamos presente casi a diario, bien como asignatura escolar bien como una actividad extraescolar.
Sin embargo este interés no siempre se ve acompañado por un conocimiento profundo de los elementos fundamentales del deporte base tal y como se entiende en la actualidad, y por consiguiente, pese a toda nuestra buena intención, los niños pueden acabar teniendo una mala experiencia del deporte o en el peor de los casos, abandonarlo.
Los ejemplos más visibles son los casos que llegan a los medios de comunicación referentes a conductas antideportivas de los padres en el transcurso de competiciones y partidos, pero también son muchos los casos de discusiones con entrenadores, directivos u otros padres en el transcurso de entrenamientos, o simplemente aguantar una situación de malestar, estrés y ansiedad.
Entre los muchos beneficios del deporte está la experimentación de oleadas emocionales (auténticos “tsunamis” en ocasiones) ya sea como practicante o como espectador. Gracias a esto muchos de nosotros nos sentimos más vivos que nunca los domingos por la tarde, animando a nuestro equipo o siendo parte del juego. En ocasiones el control de nuestras emociones se hace difícil, pero cuando es uno de nuestros vástagos el que interviene en la partida (haciendo un símil con las videoconsolas) pasamos al modo multi-pantalla y la cosa se complica mucho más.
En el año 2014 el Dr. Jose Mª Buceta, profesor de psicología de la UNED, dirigió una encuesta realizada en 22 países con una muestra de 1.506 participantes, todos vinculados al mundo del deporte, de los que 553 eran padres de deportistas. Entre las conclusiones más evidentes figuraba que los padres deben aprender a controlar sus emociones, pues esta era una afirmación con la que el 98% de encuestados estaba de acuerdo.También hubo un acuerdo mayoritario respecto a lo importante que los niños consideran lo que sus padres les dicen (89%), que la ansiedad de los padres en las competiciones se transmite a los niños (84%), y que a los niños y adolescentes deportistas les preocupa decepcionar a sus padres (80%)
Resultados así vienen a decirnos que no solo existe una demanda por parte de los padres para su propio bienestar sino que son los niños los principales afectados, por lo que todos los estamentos implicados deben y pueden hacer mucho más. Clubs y federaciones promueven iniciativas que en muchas ocasiones son solo puntuales, como charlas y talleres, magníficas para tomar conciencia y dar los primeros pasos, pero aún se echa en falta una implicación mayor, bien planificada y con estructuras duraderas en el tiempo para que cada organización deportiva cuente con ese “Equipo de Padres” que todo lo que haga sea enriquecer la experiencia deportiva de sus hijos, nunca arruinarla.
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