ZARAGOZA | Fran Escribá ha resumido los malos resultados del Real Zaragoza en las últimas jornadas en dos palabras: errores individuales. Hay una lógica clara en ese veredicto, pero también una visión tan evidente como superficial. Los fallos están a la vista de todo el mundo y han cambiado los resultados de los últimos partidos. Pero las nociones colectivas o la lectura de los partidos no han ayudado tampoco a vencer.
El Zaragoza perdió ante el Alcorcón en dos tantos que fueron fuego amigo. En Gijón, una acción tragicómica de Poussin hizo que la victoria se escapara. Sucedió algo similar frente al Eibar. Venció el talento de los armeros, pero también el error del Zaragoza, incapaz de enfriar un partido que se puso a favor en un suspiro, perdedor en los dos lados de la balanza.
Escribá no intuyó con el resultado a favor qué era lo que mejor le venía a su Zaragoza. El equipo ha perdido una cualidad que le hizo vencedor muy pronto. Dejó de cuidar los detalles, de ser fiable en su área. En El Molinón un error de concentración le dio una vida extra al Sporting. El empate llegó en una desgracia, pero el Zaragoza se aculó lo suficiente como para exponerse a ella mucho antes.
La historia cambió frente al Eibar. El Zaragoza encontró los goles por una vía inesperada y los mejores minutos llegaron tras el descanso. El equipo de Escribá buscó el tercero sin demasiados reparos y quedó expuesto en la fase defensiva. Si Jair dominó en el inicio todo el tráfico aéreo, ante el Eibar se perdió a ras de suelo, especialmente en el gol del empate.
En un juego de errores y aciertos, al Zaragoza no solo le han condenado las últimas salidas de tono. En el contexto de las dos últimas ventajas, Escribá no eligió bien el plan colectivo ni los mejores relevos. Y sus mayores defectos llegaron en su discurso, con un mensaje poco generoso con sus futbolistas, con un sermón en vivo y en directo. Una parte fundamental de la profesión del técnico es asumir responsabilidades que no son estrictamente suyas. Solo así se consigue mantener una cercanía entre el banquillo y la plantilla. Solo de esa forma las nociones colectivas podrán salvar los errores de los individuos.