Muchas veces se dice que la nieve es el oro blanco de la montaña. Y no falta razón en ello. Sería difícil entender la economía de muchos valles con estaciones de esquí sin ellas. Es cierto que la pandemia ha trastocado todo. A nadie se le escapa que es difícil legislar, tomar decisiones. Pero llegado el invierno y con nieve, las empresas de los pueblos, sus gentes, van a agonizar con las estaciones cerradas. Es difícil comprender cómo las grandes superficies comerciales permanecen abiertas y con la gente apelotonada y las estaciones de alpino están, no solo cerradas, sino sin un calendario firme de apertura. Tampoco vale que digan que les ha cogido por sorpresa que llegara el invierno y la nieve.
Se dirá que el problema no es el deporte en sí, que la cuestión es lo que hay a continuación. ¡Pues piensen en ello, que para eso legislan! Y, de paso, crean algo más en el administrado, en su sensatez y en su saber hacer. Se les llena la boca al hablar de la despoblación, de la importancia del campo y del mundo rural, de la España vacía y vaciada, de la necesidad de crear comisiones para analizar el problema y, al final, por desgracia todo queda en oropel, en palabra hueca, en olvido. La realidad es que las gentes de los valles permanecen con las manos atadas mientras empiezan a ver pasar con preocupación el calendario.
Y la razón es que el urbanita siempre entiende la montaña como una zona de asueto para uso y disfrute propio. No se piensa en infraestructuras para que la población que vive en esa España interior viva mejor, se hacen para que el urbanita tenga más comodidades cuando sube o va a ella. No se piensa en la economía de los valles, en su singularidad, en sus necesidades. Solo se pensará en ellos cuando en los grandes núcleos todo esté solucionado. Entonces es cuando girarán la vista hacia un lugar donde, por desgracia, no quede ya nada ni nadie. Y es que siempre flota esa sensación de que en el llano solo se piensa en la montaña cuando interesa el debate. Por nada más.