El empate de la SD Huesca en Oviedo reforzó la idea que los azulgrana plasman sobre el césped: nadie les obliga a cambiar, son ellos quienes dictan cómo se va a jugar. Y eso es lo más importante, y mejor.
El Huesca no pierde el color. Siempre es el mismo. Un equipo que controla el partido, domina al rival y es capaz de ganar hasta el último suspiro. Son 11 partidos sin dejar de ser él, 11 encuentros demostrando sus enormes capacidades y una potente raíz en la medular que le permite controlar el esférico, el espacio y el tiempo. No existe lugar que el equipo no tenga vigilado y balón que no pierda de vista. En ningún momento es superado. No sufre, nunca, por fútbol.
Esto se lo permite Aguilera primero y Melero después, dos futbolistas cuyas ausencias parten al Huesca para recibir al Rayo. En cuanto a la zaga, Akapo estuvo más impreciso con balón que de costumbre y Anquela optó por introducir en el once a Alexander González, quien jugó en el costado derecho, por delante del ecuato-guineano. Sin embargo, y al igual que el lateral, Alexander no lograba dominar el esférico mínimamente bien y durante el tiempo suficiente como para que el Huesca encontrase desahogo por ese costado, por el que durante todo el primer tiempo, apenas incidió.
Lo contrario ocurrió en el izquierdo, donde se encontraba Ferreiro. El gallego realizó a la perfección la ejecución de asociación por dentro, buscando el interior partiendo desde fuera, completando todos los movimientos que le escasearon al Huesca en el pasado primer tiempo del Cádiz (con David López). Así, Samu escogió caer a esa banda, cuyo perfil también pisa Melero en salida de balón, más limpia con Carlos David (central izquierdo) que con Íñigo López (central derecho): el Huesca enfocó su salida por izquierda; el Oviedo solo le inquietó desde el balón parado.
Los azulgrana, fieles a su intención, incluso mostrando una versión mejorada. Dominaron al Oviedo en el primer acto y lo superaron en unos primeros diez minutos frenéticos en la segunda parte en los que los de Fernando Hierro eran incapaces de desahogarse. El Huesca tuvo el balón y el Oviedo solo se estiraba tras la estrategia a favor, no pudiendo someter al Huesca en todo el encuentro. El partido caía hacía el área local y Anquela tocó la pieza: Vinícius, insuficiente, dejó su sitio a Borja Lázaro (66′). Con la misma moneda le pagó el Huesca al cuadro carbayón tras insistir en la rápida circulación en tres cuartos de campo rival ante un Oviedo metido atrás.
Contra 10, el empate, y con un Huesca que seguía moviendo de un lado a otro, el jienense hizo un cambio táctico: entró Vadillo por Akapo (77′) para participar en derecha, retrasando Alexander su posición. Necesitaba el Huesca amplitud y 1 contra 1 por el costado derecho, donde contaba con un Akapo no lo necesariamente fino, y que Ferreiro no se moviese de su banda, donde superaba con un gran nivel y se complementaba con Soriano, pese a que el contexto pedía a Brezancic, como de costumbre. No obstante, esa posesión en las inmediaciones del área local no traían la suficiente claridad como para que el gol fuese cuestión de tiempo.
Tras el minuto 80, y con Herrera como héroe, el Huesca apenas logró jugar. Carreras, precipitaciones y agonía se sucedían sobre el verde del Tartiere sin que ninguno de ambos conjuntos concluyese. Sastre también participó (en el 88′, por Aguilera) en una sustitución sin aparente sentido. Un Huesca que terminó como empezó: demostrando que es capaz de ser mejor que cualquiera, en casa o fuera, que no teme a nada y que conseguir el éxito (la victoria) depende de la precisión en la ejecución y no de la fortuna o de un gol llegado por error.