ZARAGOZA | El partido ante la SD Huesca dejó imágenes contradictorias en Zaragoza. El fútbol se espeso y el equipo de Escribá perdió un valioso tesoro. Con todo a favor, permitió el empate de Obeng, que el gol de Bebé no fuera el definitivo. No lo estimó así en público pero, de alguna manera, Escribá miró el resultado como se mira a las derrotas.
El técnico consideró que las dos caídas consecutivas, ante Alavés y Málaga, eran situaciones frecuentes en el curso de una temporada. Pero la forma en que llegaron, con resultados abultados y algunos signos de desidia, pusieron en alerta a Escribá. Decidió entonces que su equipo no volvería a desprotegerse, que perdería encanto, pero que ganaría efectividad defensiva. Así, en esa teoría eterna de la manta, optaría siempre por taparse los pies y solo descubrir su cabeza.
Los resultados que han llegado después le han dado los argumentos que necesitaba. Tres empates y una victoria más tarde, la permanencia parece más cercana. El equipo ha tapado la hemorragia (1 gol encajado en los últimos 4 partidos) y, aunque no siempre haya ganado, parece contento por haberse quedado a un dedo o un mundo de hacerlo. Si el empate es el resultado más engañoso de este juego, el Zaragoza está cómodo por haber conseguido repetir un eslogan del pasado: es un equipo capaz de empatarle a cualquiera.
Como el fútbol es la teoría de los extremos, hay quien sigue viviendo el momento del Zaragoza con cierta incertidumbre. El triunfo de La Ponferradina y el calendario más dócil del equipo leonés aseguran que la lucha no ha acabado. La manta corta se traslada de los partidos a la clasificación y ofrece otras dos versiones de la historia. Tierra de nadie o sufrimiento, peligro real o alivio.
Escribá siente el apoyo de sus superiores, pero sabe que su continuidad en el curso que viene depende de lo que suceda en la próxima secuencia de partidos. En los 10 que restan, deberá ganar a rivales a los que no venció en la primera vuelta, para escribir un futuro distinto en este curso y en el siguiente.
Con un equipo construido sin grandes aciertos, Escribá ha decidido que lo mejor es no equivocarse demasiado. Está por ver si esa receta, escrita a través de los empates, sirve para lo que resta. Si está prohibido prohibir, no asumir riesgos siempre pareció la fórmula más arriesgada de todas.