ZARAGOZA | Está claro que la Virgen del Pilar quiere ser “Francés”. Un cambio de sexo futbolístico llevado a cabo en la otra gran basílica de la ciudad, la Romareda. Alejandro Francés sabe que no hay ataque más sorpresivo que el que se realiza desde la retaguardia. Él demuestra mejor que nadie que una pieza defensiva puede moverse hacia delante sin que sea pecado o delito llevarlo a cabo.
Con las ganas se llega a todos los sitios, ya sean estos los de Zaragoza ciudad o los del equipo de fútbol. Aunque parezca que en este último caso sólo lo sepa él. En el equipo de baloncesto de la ciudad hubo una época en que cuando atacaba en el Príncipe Felipe sonaba este himno que arengaba a las masas y a la afición rojilla. En la blanquiazul, sólo Francés parece saberlo, pero aún así, en su soledad de corredor de fondo, lo lleva a cabo con su calidad, nobleza y pundonor inexpugnable.
Tener amor propio nunca está de más. Quererse a uno mismo y al equipo que lleva tatuado en su piel. Dignificarse a cada momento, no regatear un esfuerzo, y mucho menos que te lo hagan siendo tú defensa. Lanzarse al ataque, aunque no sea la especialidad por la que juegas o la que te indique el entrenador. Que parezca que sólo a ti te duele perder la batalla. Que tus compañeros bajen los brazos o saquen la bandera blanca de su rendición continua. Otro partido más en que sus compañeros de oficina se creen que están en el día de la marmota.
Aventurarse a la utopía que es en el Real Zaragoza marcar un gol. Si los supuestos especialistas van borrando dicha condición de su currículum hasta dejarlo en una impoluta hoja en blanco, alguien tendrá que hacer ese trabajo. Liderar esa nada atacante, donde todo es nubosidad y bruma. Emerger entre la niebla y visibilizar lo imposible, ese es Alejandro Francés en este equipo. Cantar gol en una jugada que nace de tu espíritu imperecedero de gloria eterna, y que un defensa del Espanyol te la quite de los dedos cuando estos ya la acariciaban.
Francés, es el capitán de la tropa aragonesa. El que nunca rebla. El que sabe demasiado bien que en el Zaragoza los sueños son quimeras inalcanzables, pero que aún así, su romanticismo suicida hace que lo siga intentando. Él sabe, como Galdós, que Zaragoza no se rinde, y que este episodio sólo puede terminar en la primera nacional. Hace tiempo que se le puso cara del General Palafox y que predica con su ejemplo. Y es que un zaragocista como él, sólo se rendirá cuando esté muerto.