Francho Serrano firmó ante el Andorra uno de sus partidos más completos con el Real Zaragoza. También uno de los que mejor explica su forma de entender el fútbol. Serrano lidera el juego desde el silencio, con la modestia del trabajo sostenido. No resuelve todo lo que empieza, pero se empeña en volver a empezarlo casi todo. Mediocampista total, abarca terreno e intuye el lugar exacto en el que puede ganar las disputas, el punto en el que puede planear la siguiente jugada.
Una acción en Andorra le define mejor que ninguna otra: pasada la hora de partido, Francho Serrano ganó una disputa estratégica desde el suelo. Cedió a la banda y corrió, con esa zancada corta y veloz que le distingue. Se midió a Marc Aguado, en un duelo que debería ser pronto la mejor sociedad para la media en Zaragoza. Francho ganó y armó el centro: la jugada no progresó y el Andorra buscó la réplica por la misma banda. En el lugar del lateral apareció Francho Serrano, instantes después de haber conquistado el lado opuesto del carril, el sitio del extremo. Bajó veloz hasta recuperar, mientras Fran Gámez volvía sobre sus pasos a otro ritmo. Allí estaba Francho Serrano, leal, comprometido, dispuesto a empezarlo todo de nuevo.
Minutos más tarde recuperó el balón del gol y proyectó el contragolpe definitivo. Celebró feliz, liberado, consciente de que Escribá le ha dado las llaves del Zaragoza. Serrano responde con inteligencia táctica, con las piernas de un fondista y el cerebro de un estratega. Lee el rechace y su fútbol mejora desde lo intangible, como si el juego pudiera ser también el arte de las pequeñas cosas. Debe progresar todavía en el último pase y el disparo, cuidar el gesto técnico definitivo, pero mientras tanto lidera desde el silencio, con su imagen de jugador de otro tiempo. Francho Serrano representa al fútbol de siempre, el que se jugaba sobre la tierra o el cemento, de sol a sombra. En esos partidos interminables alguien resolvía los problemas de aritmética con el mejor de los atajos: “el último que marque, gana”.
En el final de los encuentros, Serrano juega como el niño que fue, con el sentido de club que solo los adultos tienen. “Con el Zaragoza no se bromea”, le dijo a su padre el día que le anunció que el equipo de su vida le había trasladado una propuesta. Han pasado más de diez años desde entonces y Francho Serrano lleva un brazalete invisible en el primer equipo. Siente al equipo y vive en tiempo real el sueño de su vida. Ni bromea con el Zaragoza ni ha dejado de jugar al fútbol como si estuviera en el más feliz de todos los recreos.