El esquí y el snowboard en su modalidad Freeride son unas disciplinas enormemente espectaculares a nivel visual, capaces de transmitir al espectador emociones que solo un puñado de deportes nos hacen sentir. Como en el surf o el salto base, los deportistas desean ser uno con el medio, con el mar, con el vacío, con la montaña en el caso que nos trae, y de ese modo no solo lograr un disfrute total del momento sino que también contagian a todos a su alrededor. El Freeride emite, como decían en una de sus canciones los Beach Boys, “good vibrations”.
Con ocasión de la tercera prueba del Freeride World Tour Junior, recientemente celebrada en Cerler, pude convivir durante dos jornadas con organizadores, entrenadores y participantes con intención de profundizar en la filosofía y alma de este deporte. Antes de todo debemos fijarnos en su propio nombre. La mayoría de modalidades deportivas hacen referencia a los instrumentos, estilo y el entorno en que se practican, por ejemplo, kayak aguas bravas, hockey hielo, ciclismo en pista, vóley playa… Por el contrario, la acepción inglesa free ride liga este deporte al sentimiento de libertad que todo practicante experimenta (free=libre) Además los deportistas son riders, literalmente jinetes sobre sus esquís o tablas, al igual que en inglés lo son los pilotos de motos o los surfistas.
Por supuesto, esta denominación también hace referencia a que en la competición se baja en estilo libre total. No hay itinerario ni balizas ni tiempo. Es por ello que junto a la técnica, el componente emocional sea importantísimo como vamos a ver en este artículo.
En la primera jornada los jóvenes riders, de 14 a 17 años, asistieron a sesiones formativas en sobre seguridad, nutrición y material. Se destacó la gran importancia de una formación continuada y con numerosas prácticas de rescate de víctimas en avalanchas pues la efectividad de estas técnicas solo se logra automatizando los protocolos y practicando bajo diferentes niveles de estrés.
Según Raúl Díez, miembro de la organización, este tipo de jornadas son fundamentales para este deporte, aún muy joven en España, porque son la forma en que refuerzan la filosofía del freeride. La competitividad pura queda en un segundo plano, dejando paso a una experiencia más plena gracias a la convivencia con el grupo y la satisfacción propia de esquiar la mejor línea posible con máxima seguridad.
Ese mismo día se reconoció la montaña dónde tendría lugar la competición al día siguiente. Es momento de planificar la línea, reconocer accidentes del terreno y sus puntos característicos y comprobar el estado de la nieve. Al disponer de la cara de toda una montaña las posibilidades son enormes. Si unimos a esto el estado cambiante de la nieve, según la altura y la exposición al sol y al viento, la planificación previa solo será un factor más el día de la prueba.
Durante la prueba, más importante va a ser la capacidad de toma de decisiones rápida y, para acertar con la más adecuada, una gran capacidad de análisis de la situación en todas sus variantes. Esta flexibilidad y capacidad de adaptación posibilitan puntuaciones altas de los jueces en los apartados de originalidad, fluidez, elección de línea y velocidad.
Nacho Ruíz fue durante años el entrenador de Ruth Frutos, rider barcelonesa afincada en Cerler que llegaba líder del campeonato a la prueba de casa. Para él un buen rider necesita una muy buena base técnica en pista y una gran pasión por la montaña. Esto último se traduce en que Ruth siempre a lo largo del año desarrolla alguna actividad en la montaña (esquí de travesía en primavera, trekking y mountainbike en verano) e incluso su preparación física en pretemporada es específica para deportes de deslizamiento con la Agrupación Deportiva Llanos del Hospital. Todo esto se traduce en cantidad de recursos técnicos, físicos y mentales sumamente valiosos a la hora de competir.
Mención aparte ha de hacerse de los guías de montaña del valle de Benasque. Estos grandes profesionales, muchos de ellos en la élite del alpinismo, son un modelo de referencia para las nuevas promesas de los deportes de montaña y realizan una importante labor de formación.
Llegado el momento de tomar la salida, se ven algunos signos de estrés entre los riders. Unos tratan de desconectar escuchando música, relajarse agitando brazos, comentar las dificultades para dormir la noche anterior o preocupaciones más importantes como los exámenes de los próximos días. En general el ambiente es mucho más distendido que en otros deportes y cada uno está centrado en disfrutar al máximo de su bajada. Desde el entorno (organización, entrenadores y familiares) se percibe la misma sensación. Se intenta descargar a los chicos de cualquier presión añadida.
Algunos riders echan un último vistazo a la reseña fotográfica de la montaña. Otros son capaces de visualizar internamente su línea elegida, o variantes de ésta, técnica que si se domina ayuda en gran medida a una mejor puesta en acción.
Desde la línea de meta, sentado junto a Mikel Antúnez, actual entrenador de Ruth Frutos, vi las bajadas de los últimos riders. Juntos comentamos la importancia de que el deporte que practican los jóvenes no fomente tanto la competitividad y sí otros valores como la convivencia y aprendizaje mutuo con otros jóvenes (compañeros o rivales) y el autoconocimiento de nuestras capacidades y límites que a la postre tan útiles serán en la vida como adultos.
Acabábamos de hablar sobre lo mucho que se aprende de los errores, incluso más que de los éxitos, cuando Ruth sufría una caída. Mikel la recibía en la meta con un abrazo y una sonrisa. La barbacoa en el llano del Ampriú y una divertida entrega de premios ponían fin a una competición en que sin percance alguno estos jóvenes riders tuvieron el permiso de la montaña para, durante dos días, gozar de buenas vibraciones.