HUESCA | Gabriela Sanz es una de las grandes del salto de altura aragonés. A sus 18 años descuenta los días para cruzar el Atlántico rumbo a los Estados Unidos. Ha fichado por la Mississipi State University, que tiene como mascota un bulldog… “aunque precisamente los perros no me gustan”, dice entre risas. La beca es por cuatro años y allí estudiará y competirá en un deporte que descubrió cuando tenía 10 años. Entre clase y clase en el Instituto San Valero de la capital aragonesa donde cursa bachillerato de Ciencias, recibe la llamada de sportaragon.
Con un salto de 180 centímetros es la dueña del récord de Aragón de salto de altura. Batió el que estaba vigente desde hace 36 años. Tiene lejos el de Ruth Beitia, pero es que lo de la atleta cántabra son palabras mayores. Y a la zaragozana, en este momento, le preocupa más bien poco. No lo dice con desprecio. Ni mucho menos. Ella es de hacer su camino. Sí ve factible el récord de España de 1,84 sobre pista cubierta, pero no es algo que le inquiete más allá del ‘egoísmo’ de toda competidora. “Si trabajo es algo que puede llegar, pero no me obsesiono con marcas que (ahora) están fuera de mi alcance, no imposibles”, afirma.
Considera que sabe ”competir bien” y no esconde que en el salto de altura, por su reglamento, hay que utilizar la estrategia con las rivales y ver cómo han hecho sus saltos, si han acumulado muchos o pocos nulos, para elegir la altura a saltar. Y sorprende cuando dice que le gusta competir más en pista cubierta que al aire libre pese a que tenga un calendario menos extenso y se llegue en mejor estado de forma a la competiciones al aire libre. Entrena en el Estadio Corona de Aragón y allí cae sobre la colchoneta que se utilizó en los Juegos Olímpicos de Tokyo 2020. “Mentiría si digo que no quiero ir a unos Juegos, pero sé que es algo a lo que muy pocas atletas llegan. Las marcas que hay que hacer cada vez son más estratosféricas. Ahora lo que tengo que hacer es disfrutar del camino y si llegan bienvenido sea”, entrecomilla con la seguridad que imprime a cada zancada cuando salta.
Su llegada al atletismo fue fruto de la casualidad. Sus padres –Jorge y Cecilia- siempre han inculcado a sus tres hijas que practicaran deportes. Ella empezó con el patinaje y la gimnasia rítmica, pero no le convenció. Sus hermanas -Cayetana y Genoveva- le siguen los pasos en el club donde empezó, el Zaragoza Atletismo. Como tantos atletas, Gabriela conoció el tartán por casualidad, la misma que para dedicarse a una especialidad tan técnica y explosiva. Cuando tenía unos 10 años, el club necesitaba completar disciplinas y una de ellas era el salto de altura. Se ofreció, probó, fue la que más alto llegó y allí se quedó.
Al año siguiente ya estaba entrenando a las órdenes de Bea Fantova con quien sigue y este curso entró en el Scorpio 71. El cambio fue importante y ella ha respondido con títulos. Almacena ya dos oros absolutos, el pasado fin de semana compitió en el Europeo Sub-20 de donde regresó con un bronce y sigue siendo la misma chica de siempre. Entrar en el club zaragozano fue otro paso de madurez. Y la acogida estupenda. “Siempre me he sentido apoyada y me acogieron muy bien desde el principio”, subraya.
Mientras ultima el Bachillerato -dice que no sabe aún qué estudios quiere cursar- hará realidad el sueño que tenía de ir al país de las barras y las estrellas. Lo tenía marcado. Su amigo y compañero de equipo Daniel Palacios, -en la especialidad de vallas- le habló de AGM Educación y ya tiene la beca para cuatro años en su bolsillo. Sabe que vivir del atletismo es muy difícil, tiene los pies en el suelo y no necesita a nadie que le baje de la nube porque nunca ha subido a una. “Tengo 18 años y mi día a día es el de una persona de mi edad. Mis padres me insisten en que estudie, pero creo que sola me desenvolvería también muy bien”, desliza entre risas. Sus amigos ya saben que dedicarse al atletismo requiere de sacrificios, de privarse cosas típicas de cuando tienes 18 años. ¿Compensa? “Compensa”, asevera.