ZARAGOZA | El Real Zaragoza firmó un inicio que nadie se atrevió a imaginar: contó sus cinco primeros partidos por victorias, como si en el fútbol también se pudiera soñar con los dedos. Quizá demasiado pronto, se le vio como una de las referencias de la categoría, como un candidato a todo. Su suerte ha cambiado en los cinco encuentros que vinieron después, con 4 de los 15 puntos que hubo en juego. No supo entonces, cuando había ganado todo y descuidaba las formas, que estaba empezando a perder.
La receta de los triunfos se explicó a través de una ecuación simple. El Zaragoza lo simplificó todo: su poder residía en las áreas. En la propia, Cristian Álvarez fue un ángel que se vistió de centinela. Le acompañaban Jair Amador y Alejandro Francés, capaces de marcar las diferencias en los dos lados de la balanza. El primero siempre pareció un rascacielos, el segundo el mayor talento defensivo que ha surgido en La Ciudad Deportiva en mucho tiempo.
El hilo conductor del juego estaba en la media, a través de cuatro mediocampistas capaces de darle sentido a todo. Marc Aguado, Francho Serrano, Toni Moya o Maikel Mesa añadían gotas de fútbol, pero Escribá se empeñó en priorizar el rigor al talento. Quizá el mejor ejemplo de todos se encuentra en Aguado. El técnico valoró especialmente su crecimiento táctico, su compromiso defensivo. A cambio descuidó su mejor virtud: cada uno de sus pases cuenta una historia distinta y su fútbol puede ser el principio de todas las cosas.
La última cadencia de partidos ha descubierto algunos defectos del grupo. En los duelos más complicados, ante resultados adversos, faltan recursos en el juego de posición, mecanismos que aceleren la jugada. Sin esa estación intermedia, se cae también el dominio de las áreas. Sin el desorden de Francho Serrano, el plan predeterminado de Escribá ha perdido un sentido estratégico. Marc Aguado parece también desorientado, como si tuviera que presentarse por segunda vez ante su técnico.
En los primeros encuentros, el Real Zaragoza supo convocar a la suerte. Fío sus partidos a los detalles y se olvidó de cuidar su partitura. Pensó que la inercia siempre le iba a favorecer, que la fortuna podía ser solo suya.
Hace poco y cuando ya era demasiado tarde, intenté analizar los problemas del que siempre será mi equipo. Me acordé entonces de una conversación con Luis Costa, que describe como nadie los secretos de este juego. Él conoce el fútbol de barro y ha llenado su carrera de goles sin glamour. En un momento de lucidez recordé una de sus citas más célebres: “Cuando no sabes por qué ganas, estás más cerca de perder”.
Por un momento, pensé que en esa frase se esconden las claves de todo un deporte, que en esas once palabras se recorre la distancia exacta que hay entre el triunfo y la derrota.