Tres de la tarde, tapete verde y olor a café. Como todos los días y casi de forma religiosa los jugadores, sin necesaria cita previa, jugaban la partida en el mismo bar, a la misma hora, en la misma mesa. Aquel día la partida hacía un rato que había arrancado y no pintaba demasiado bien.
Los rivales, con muchos triunfos y casi todos los guiñotes, veían como poco a poco iba subiendo su montoncito de bazas. Agarrándose a la partida y sin regalar ni los caballos, tras un par de arrastres y sirviendo a varios palos, un humilde dos de copas se lleva la última baza. 30 y las 10 últimas,… 40.
40 buenas por 40 malas, en el alambre, pero vivos. Vuelta a repartir y derecho a soñar. Ese humilde dos de copas, el no dar la partida por perdida y no regalar ni los caballos, fue el partido del Huesca ante el Valladolid.
Topicazo decir que era una final, a mi juicio, sin duda un punto de inflexión. La derrota podía suponer el mazazo definitivo que acabase con la esperanza de la salvación. Y la victoria, el derecho a seguir vivo y soñar con la hazaña.
Porque no nos engañemos, levantar 40 buenas contra 40 malas, pese a repartir y ser el último de la ronda, es un reto mayúsculo.
Tendremos que repartirnos buenas cartas, algún as, algún tres, y por pedir… la posibilidad de cantar. Reto mayúsculo si; ¡Pero a por él¡