ZARAGOZA | En el minuto 57 de un partido que nadie quiso ver, Giuliano Simeone recogió el balón fuera de zona. Acostado en la banda derecha, recibió el pase de Francho Serrano. A partir de ahí, en solo 8 segundos y 8 toques de balón, desató su tormenta: un eslalon perfecto y una mala definición.
El primer control le libró de la banda y permitió que Andoni López, su primera marca, quedara lejos de su carrera. En el siguiente toque trazó una diagonal hacia dentro y se encontró con un bosque de piernas. Simeone, impulsivo y entusiasta, improvisó. Cada contacto con el balón complicó más el horizonte, pero el argentino encontró una salida que nadie vio.
En la frontal le esperaban El Hacen y Xavi Torres, que quisieron formar una muralla. Simeone abrió los brazos en busca de un pase y decidió que iba a resolverlo todo por su cuenta. Utilizó un toque más para escapar por la gatera, en el espacio que había entre los dos rivales.
El siguiente contacto le bastó para dejar en el camino al último defensor. Alberto Rodríguez se quedó con el molde y vio pasar a un velocista. La carrera de Simeone había tenido un sonido propio. Tac, tac. Su aceleración final tampoco permitió el quite de Alexsandar Pantic, que dejó todo en manos de Óscar Whalley y de la suerte.
Allí, solo ante el gol, con el portero ya vencido, Simeone emborronó su mejor obra. Bastaba un toque suave, una sutileza, pero el argentino se dejó llevar por la emoción, por el vértigo de la jugada. Resolvió fuerte, de interior y el balón se fue a la grada. Falló lo infallable. Incrédulo ante todo, sorprendido por la secuencia y enfadado por su resolución, Simeone se llevó las manos a la cabeza. Minutos más tarde, Escribá pensó en su cambio y le cortó las alas.
Giuliano Simeone recordó la diapositiva de camino al banquillo. En el Anxo Carro había firmado su mejor jugada como futbolista profesional, pero él mismo se había encargado de estropearla en el cierre. La acción fue el perfecto reflejo del momento que vive el argentino. Nublado ante el gol, cómodo en las situaciones más complejas del juego, negado en lo más sencillo.
Simeone marcó su último gol el 19 de diciembre y, desde entonces, el Zaragoza se asoma con peligro a la zona de descenso. Escribá le ha encargado la salvación a sus rivales y al delantero argentino le ronda la obsesión y la rabia. Ya sustituido, miró por última vez la portería de Whalley. Buscó en su memoria el fotograma de una jugada que pudo haber alegrado un mal partido, que podía haber acabado con su mala racha.
En una última revisión del Anxo Carro, Giuliano Simeone recordó el gol que nunca fue.