Hoy hace 25 años que Miguel Indurain se vestía por primera vez de amarillo en la etapa reina que partía de Jaca. Portalet, en su vertiente altoaragonesa, Aubisque-Soulor, Tourmalet, Aspin y el final en Val Louron fueron los puertos de una maratoniana etapa de 232 kilómetros. El navarro siguió de amarillo hasta París donde lograría su primer Tour de Francia. La leyenda había comenzado… aquí.
Hablar de Miguel Indurain es hablar de una de las mayores leyendas de la historia del ciclismo, una leyenda que hoy cumple las bodas de plata de su primer día de amarillo y que comenzó a forjarse en las carreteras del Altoaragón en una etapa para la historia, una de esas que ahora ningún organizador se atreve a proponer y que en aquellos años eran la tónica habitual de cada gran ronda por etapas. La tan recurrida épica del ciclismo se ha ido alimentado de días como aquel 19 de julio de 1991 cuando un ciclista navarro, grande y bonachón, se descubrió ante el mundo. Llegaba Miguel Indurain, y lo hacía desde el Altoaragón.
Jaca iba a ser protagonista de aquel Tour del 91, algo que ya se hizo palpable el día anterior, el 18 de julio, con una etapa que saldría de la localidad fracesa de Pau y que llegaría hasta Jaca tras 192 kilómetros y haber pasado los cols de Soudet, Ichere y Somport. En las calles de la capital jacetana alzó los brazos el francés Charly Mottet, que venía en fuga junto al suizo Pascal Richard y un por entonces joven Luc Leblanc, que a la postre se convertiría en el nuevo líder de la ronda gala destronando nada menos que al norteamericano Greg Lemond, tres veces ganador del Tour. Entre otras cosas, el éxito de la fuga se debió en gran parte por el férreo marcaje al que se sometieron entre ellos los máximos favoritos, gente del calibre de Lemond, Fignon, Chiappucci, Bugno y Delgado. Mientras Indurain esperaba su momento, agazapado en el grupo, analizando a sus rivales y esperando que llegara su momento, el que llegaría un día después en el mítico Tourmalet.
Supongo que nadie en Jaca en aquella soleada mañana del 19 de julio del 91 esperaba que horas más tarde se hubiera escrito una de las páginas más brillantes de la historia del ciclismo, quizá ni el propio Indurain. Sólo quizá. La etapa arrancó de Jaca para buscar y coronar el Portalet, el granito de arena que aportó a la leyenda aquel día el Altoaragón en forma de puerto de primera categoría. Luego llegaría un hors categorie como es el Aubisque, al que se le sumaba el Soulor por su vertiente corta. Y sin apenas movimientos reseñables entre los favoritos se llegó al Tourmalet, el gran puerto del día.
El ataque del Tourmalet
La entidad de este gran coloso pirenaico sumado al calor reinante provocó que en sus rampas se comenzaran a descolgar gente de la talla de Perico Delgado o Jean François Bernard, pero fue en las últimas y duras rampas del Tourmalet cuando se desató la batalla gracias a un ataque de Chiappucci en busca de los puntos de la montaña. El momento Indurain se había dado. Atento a la situación de carrera que había provocado el escalador italiano y aprovechando el momento en el que los demás buscaban botes de agua y periódicos para la bajada del puerto, se tiró en un descenso a tumba abierta hasta Saint Marie de Campan en el que el ciclista navarro logró sacar casi un minuto de renta sobre el grupo de favoritos. Era su ataque, un yo me voy y el que quiera que me siga. El que quiera o el que pueda, porque ir tras la rueda de un Indurain desatado bajando un puerto no estaba al alcance de cualquiera.
Por delante aún quedaba por salvar el Aspin y la ascensión final a Val Louron. Por suerte para los intereses del navarro atrás volvió a demarrar Chiappucci entre puertos, lo que llevó a un pacto de directores. Los de Carrera y Banesto se entendieron rápidamente, por lo que Indurain esperó la llegada del italiano y juntos hicieron la marcha desde el Aspin hasta Val Louron. Con todo pactado, en meta la etapa fue para Chiappucci y el amarillo para Indurain. Detrás todo había saltado por los aires. A excepción del honroso minuto y medio que cedió Bugno en meta, el resto dijo adios al Tour en una etapa memorable. Los franceses Fignon y Mottet perdieron 3 y 4 minutos respectivamente, poco comparado con los más de siete que cedió el máximo favorito hasta ese día, el norteamericano Greg Lemond. Peor le fue al hasta ese día líder, Luc Leblanc, que se dejó más de doce minutos, y Perico Delgado con casi quince. Ciclismo ya de otra época.
La leyenda se agrandó
Indurain, que ya había ganado la contrarreloj individual de Alençon disputada sobre nada más y nada menos que 73 kilómetros, apenas tuvo problemas para conservar el amarillo en el Macizo Central y los Alpes, dejándolo sentenciado en otra crono individual, esta vez en Macon y sobre 57 kilómetros. Finalmente, el 28 de julio se alzaba en los Campos Elíseos de París con su primer Tour de Francia. Luego llegarían cuatro más de forma consecutiva, además de dos Giros de Italia, un mundial contrarreloj y un oro olímpico como principales victorias, pero siempre recordaremos que todo se gestó en una etapa que quedará en los anales de la historia y que tuvo su primera parte en territorio altoaragonés, con salida en Jaca y la posterior ascensión al Portalet. De eso hace ya hoy 25 años, había que recordarlo.
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