ZARAGOZA | Faltaban unos días para el inicio de la pretemporada cuando Iván Azón decidió prepararse por su cuenta. Lo hizo de una forma tradicional, como si le hubiese invadido el espíritu de Carros de Fuego. Fue en las pistas de Atletismo Carlos de Val, junto al colegio de Valdespartera. Allí el tartar se vuelve cemento y el sol castiga las pisadas de los deportistas. No hay lugar para la sombra y el suelo está lleno de vacíos, erosionado por el tiempo y los juegos infantiles. Azón no buscó demasiados lujos para su entrenamiento. Recordaba que en esa pista había marcas que le servían de referencia y era exactamente eso lo que necesitaba. Ensayó carreras en distancias cortas y más largas, y midió de una forma tan eficaz como rudimentaria sus registros de velocidad.
El resultado de esas pruebas parece probado en el regreso del equipo a la pretemporada. También descubre la voluntad de Iván Azón, empeñado en llegar en plena forma al inicio de la competición, fino para las primeras citas del curso. El delantero ha marcado tres goles y ha dado una asistencia en los 5 primeros partidos de pretemporada. Se le ve rápido, afilado, explosivo, con un punto mayor de aceleración. Conserva su potencia y esa noción que siempre le acompañó: en carrera, parece una fuerza de la naturaleza, quizá una estampida. Y Azón está enfocado solo en el juego, ajeno a una situación contractual compleja, a una oferta de renovación que merece un espacio aparte. Decidido a que sus remates y sus cifras hablen también por él.
Sobre Iván Azón planea un relato conocido, un bucle recurrente. Se le designa el lugar de delantero de equipo, el papel de un complemento. El fútbol le acaba situando siempre en el centro del escenario, mientras las primeras espadas terminan los cursos sin estrenos. Siempre se le considera el peor, hasta que Azón demuestra todo lo contrario. Más querido que valorado, el canterano llega a su último año de contrato sin la certeza de que vaya a extender su vínculo. Con la voluntad, eso sí, de escribir un relato propio sobre el césped de La Romareda, de mejorar todo aquello que está en su mano, sin perder energía en lo que no puede controlar. Empeñado en progresar en aquellos registros que no son suyos, en pulir también sus defectos.
Iván Azón preparó la pretemporada en una pista sin glamour, castigada por el sol y los juegos infantiles. No le acompañó un preparador físico ni la suma de algunos algoritmos para medir sus niveles de esfuerzo. Quizá recordaba su infancia, el tiempo en el que luchaba en carrera contra el reloj, el momento en el que pensó que el atletismo podía ser su deporte. Cuando apareció en el primer equipo, le pregunté a uno de sus amigos cómo era Iván Azón. Siempre pensé que su respuesta debería ser recogida en algún texto:
“Es el chico más normal que conozco. Bueno, cercano, sin ínfulas. Sigo sin creerme que sea un futbolista profesional”.
Lo mejor de Iván Azón es que, unos años después, nada de eso ha cambiado. El 9 ha decidido no responder al patrón de un jugador moderno: se comporta con una naturalidad distinta, se detiene sin mirar el reloj ante los que le piden su firma y corre donde podría hacerlo cualquiera. A veces ser normal puede ser lo más especial del mundo.