ZARAGOZA | Iván Azón se fundió en un abrazo con Andrés Ubieto tras marcar. Fue la imagen de la liberación, de la gratitud, el reconocimiento visible a un trabajador en la sombra. Ubieto ha acompañado a Azón en el peor momento, ante el enemigo más indescifrable de un futbolista. El preparador ha sido muchas cosas además de su recuperador: confesor, psicólogo y consejero de sus problemas y sus miedos. Azón, generoso en el juego y en la vida, no dudó en cumplir su última promesa.
Andrés Ubieto pertenece a esa estirpe silenciosa que mejora este juego. Especializado en la prevención y en la readaptación de lesiones, es parte del Real Zaragoza desde 1994. Conoce los defectos y las virtudes de sus jugadores, sus secretos y sus recursos. Promotor también de buenas causas, representa el valor de los modestos en el juego, la labor de los sin nombre. Ubieto es, sencillamente, un hombre de club. Iván Azón ha explicado que le debe muchas cosas en esta temporada. Entre ellas, que haya vuelto a creer en sí mismo y en sus fibras.
El plan del Real Zaragoza ha encontrado un sentido distinto desde el regreso del delantero. Poco importa que no marque todo lo que provoca, porque le proporciona al Zaragoza un recurso especial: una salida al laberinto. Guarda el balón, asume los golpes y busca a Simeone para completar todas sus frases. Azón le da aire al equipo y ha aprendido en este tiempo una noción imprescindible: el que falla, gana si insiste.
Solo hace falta revisar sus dos últimos partidos para comprobar que Azón está hecho de hambre y tozudez. Después de marrar dos goles cantados ante el Granada, buscó su suerte frente al Racing. Para marcar el tercer tanto del partido, remató dos veces. Y resolvió en el aire lo que no había marcado por el césped. El delantero sonrió y festejó, con su aspecto de niño grande. En ese punto exacto, buscó un abrazo cómplice. Azón quiso entonces que el gol que tanta falta le hacía a él, fuera para otro.