Jair Amador es una certeza defensiva, un punto de partida en el sistema y un celador en la guarida. Lo mostró una vez más en el duelo ante el Burgos, cuando se adueñó del aire y volvió a ser el rascacielos que el Zaragoza necesita. Lo hizo precisamente en un partido en el que nadie brilló en ataque, hecho a la medida de los defensas. Se perfiló bien, lo despejó todo y buscó un gol que, de momento, solo bordea.
Largo y sin fisuras, Jair ha encontrado en Alejandro Francés a su pareja ideal en la zaga. Los dos son tan distintos como complementarios. Francés, joven e impulsivo, anticipa y está preparado para aceptar cualquier reto, feliz en la carrera. Jair, veterano y sensato, es un central de siempre y teme quedar expuesto. Su mejor virtud es la defensa del área y sonríe especialmente cuando ve venir el fútbol de cara. Clava sus pies como un pívot antes de un mate y en su salto vertical hay elasticidad, potencia y seguridad.
El Zaragoza prepara los últimos cinco partidos de la temporada y Jair se mantiene como el futbolista más utilizado, con 3234 minutos de juego. Sus números describen su fiabilidad: más de 5 despejes por partido y el triunfo en el 56 % de los duelos en los que participa. Da la impresión de que el equipo, gris e irregular en casi todo, le debe su salvación a su línea defensiva. Especialmente a una de las parejas de centrales más especiales de la categoría, que está preparada para afrontar objetivos mucho más ambiciosos en la competición.
El resto del equipo no está a la altura de sus registros ni del salto de Jair Amador. En su segundo curso en Zaragoza ha mostrado su condición: es un central maduro, seguro y que entiende su posición desde la discreción más absoluta. Sin hacer ruido, es una llave maestra, una pieza esencial.
En un Zaragoza sin encanto, plano y terrenal, Jair vuela por todo lo alto.