El jugador del Real Zaragoza James Igbekeme tiene la sentencia más firme de Fran Escribá: “Durante el mercado, le dejé claro a Igbekeme mi pensamiento, el club también lo hizo. Él decidió quedarse y está en su derecho, pero no va a participar”. La elección del nigeriano revela una derrota: la de un futbolista que fue ilusionante en otro tiempo y que ha dejado de creer en sus posibilidades. No hay rebeldía en su decisión, sino un aprecio muy práctico hacia su contrato.
Igbekeme tuvo ofertas para salir, para reinsertarse en la élite del deporte o regresar a la segunda portuguesa. Pero valoró mucho más su estatus de futbolista que la posibilidad de jugar al fútbol con regularidad. Ilusionante en sus inicios, era un jugador vistoso, tan especial como difícil de definir. Raro hasta en su forma de correr, fue capaz de levantar a la grada en su primer curso, con conducciones veloces e improvisadas. Entonces era un box to box, con despliegue y un punto de anarquía. Desde el club creyeron en su progresión y protegieron su contrato como si Igbekeme fuera el mejor de los descubrimientos.
Le consintieron que renunciara a sus clases de español, que solo se relacionara con el grueso del vestuario a través de monosílabos y sonrisas. Indescifrable también sobre el césped, Igbekeme siempre pareció mejor futbolista si lo veías en una sola ocasión. La regularidad descubría sus defectos: su falta de rigor táctico, sus defectos técnicos o una lectura infantil de las jugadas.
Su cesión en el Columbus Crew no le ha hecho mejorar. En el vestuario, su regreso ha generado asombro y un punto de rechazo. Se le ve como un elemento extraño: se cree que nunca ha hecho ningún esfuerzo por adaptarse al resto. No altera la convivencia pero ni se implica ni parece que sienta al equipo en sus triunfos o sus derrotas. Ni aporta ni se aparta. Él parece feliz en su burbuja y no siente que su caso sea una decepción para todos los que creyeron en él.
James Igbekeme estará el resto de temporada en la dinámica de entrenamientos del Real Zaragoza, pero solo un milagro o una plaga pueden hacer que Escribá se desdiga. Al verle, es inevitable sentir un punto de tristeza. Uno busca en Igbekeme al futbolista que un día pensó que iba a ser y se encuentra solo con el que ha sido.