Borja Sainz fue retirado en el minuto 78 de la derrota del Zaragoza en Ipurúa. Había salido en el descanso y el movimiento de JIM extrañó a todo el mundo. Un minuto antes, el extremo vasco había regateado y probado un centro que se quedó corto. El cambio fue por Miguel Puche y Borja Sainz tardó alrededor de un minuto y medio en regresar al banquillo.
Primero, se extrañó ante la decisión de JIM. Después, decidió contener su enfado. Rodeó el campo, a medio metro de las gradas de Ipurúa. Se quitaba los vendajes y hacía muecas, como si quisiera aplazar el encuentro con su técnico. La retransmisión televisiva captó la imagen. Pareció una escena de un western, los segundos previos a un duelo al sol. Plano, contra plano. De fondo, una sintonía de Ennio Morricone. Pero las cámaras se perdieron el cruce definitivo y en la siguiente secuencia solo se vio a Borja Sainz arremolinado en el banquillo, con el gesto torcido.
La explicación de JIM no aclaró nada. Fue simple, lacónica. “Decisión técnica”. En esas dos palabras vive un tópico y un recurso habitual de los banquillos. Son también una coartada cobarde. Y encierran algo más, un prejuicio constante. El talento bajo sospecha, solía decir Andrés Montes. Y el fútbol de Borja Sainz, a veces genial y otras anecdótico, no pone de acuerdo a todo el mundo. Tampoco su estética o su carácter, dos de esos valores que un técnico chapado a la antigua como JIM valora más que el resto.
Borja Sainz y el valor de lo distinto
Sainz nunca será el favorito de JIM. En su fútbol hay regate, improvisación y un concepto muy individual del juego. El extremo vasco entiende el deporte como una ecuación simple, en la que puede resolver por sí mismo todas las incógnitas. Lo ha hecho en alguna ocasión, con goles y jugadas que solo él puede firmar en este equipo. No es el jugador más comprometido y, a menudo, descubre la marca. Pero en este Zaragoza tiene un matiz muy específico. Encarna el valor de la diferencia, un registro tan especial como distinto.
Ni Borja Sainz ni JIM han hecho lo suficiente por quererse de un modo incondicional. El extremo ha sido irregular y su temporada describe grandes altibajos. El técnico, por su parte, nunca ha hecho el esfuerzo por entender su juego y no le ha considerado siempre para su once. De hecho, a menudo le ha pedido repliegue en lugar de desborde, inteligencia táctica en lugar de goles. Durante la temporada solo ha hecho falta medir una tendencia. JIM se volvía especialmente vehemente en sus órdenes cuando Sainz estaba cerca. Como si pudiera admirar su regate y, al mismo tiempo, desquiciarlo. Lo curioso es que ese enfado no se ha escenificado con jugadores de más experiencia o de mayor caché. Sin ir más lejos, Narváez ha disfrutado de una inmunidad total y su rendimiento ha sido infinitamente peor en el curso.
Es bastante probable que Sainz y JIM estén ante sus últimos cuatro partidos en Zaragoza. Borja Sainz quedará como un jugador con apariciones muy concretas en la temporada, un futbolista de solo unos momentos. JIM como un técnico con aire paternalista, al que le seduce más el compromiso intachable que el talento. En Ipurúa su cruce de caminos sirvió para fotografiar un triste partido. JIM aleccionó a su discípulo y Sainz se sintió, una vez más, un incomprendido.