La llegada de Jorge Mas Santos a La Romareda se hizo esperar. Quizá porque el cierre de esta historia no podía escribirse de otra forma. Lo hizo de un modo circular, como el fiel reflejo de una venta que pasó de ser inminente a interminable. Sobre el escenario cambiaron los intérpretes hasta que Jorge Mas Santos presentó una oferta definitiva por la propiedad del Real Zaragoza.
El ambiente del día era divertido, de máxima expectación. Alguien se equivocó con la ropa y eligió la manga corta para contrarrestar al cierzo. Otros hablaron de una jornada maratoniana, del seguimiento desde los juzgados a la Ciudad Deportiva, pasando por la Basílica del Pilar y los encuentros con el alcalde y el presidente de la comunidad. Muchos escogieron el plato más simple y agradecido del mundo para un día así: un bocadillo de jamón.
Mientras la llegada de Jorge Mas se aplazaba, el mayor entretenimiento era observar el ambiente. En las puertas de La Romareda era fácil distinguir las diferentes representaciones de los medios. Las reuniones se establecen por afinidad, estatus y longevidad en la profesión. Los más veteranos hacen su corro particular, hablan del pasado y se ríen en forma de –o. Los más jóvenes parecen más ingeniosos, se arriesgan a hablar de los planes del club y prefieren el tabaco a los puros. En ese contexto, medio broma y medio en serio, alguien cantó “presidente, presidente”.
30 minutos después de lo previsto, las puertas del campo se abrieron lentamente. Los periodistas se concentraron en la rampa que da acceso al campo. Alguien hizo una referencia a Bienvenido Mr Marshall con la intención de ser original, aunque en el fondo estaba pidiendo la patente del titular que todos habían pensado.
Los pasos de la prensa se trasladaron al césped y se confirmó que la conferencia prevista en la sala de prensa se improvisaría sobre la hierba. A todos les pareció una chapuza, porque ofrecía una versión demasiado espontanea, veloz, de un momento que querían exprimir con pausa.
Uno de los más veteranos admiró entonces el estado del campo: “Lo que hubiera hecho Arrúa en este césped”. El pasado siempre fue su lugar favorito, así que prosiguió con el relato: “Recuerdo en aquella portería, junto al gol de Jerusalén, el primer tanto del Lobo”. “Espectacular, de zurda y cruzado”, replicó otro. “Aquello fue increíble”, sentenció un tercero, con unas gafas de ciclista que llevaba como si fuera un auténtico RocknRolla. Los tres han asumido la propiedad del pasado y decidieron en ese punto, cuando otros intuían más historias, que era el momento de guardarlas bajo llave.
La espera se alargaba mientras todos nos embarullábamos junto a la salida de los vestuarios. En busca de un ruido definitivo, de la aparición esperada. “Como si estuviéramos en toriles”, dijo la mejor voz del momento. Y, justo en ese punto, acabó la espera.
Jorge Mas Santos pisó La Romareda por primera vez a las 17:24. Salió acompañado de Gustavo Serpa, Raúl Sanllehí y Juan Forcén. En los pasos de Mas había seguridad y confianza. La mirada templada de un líder. Sonrió y mostró todo el poder de su mandíbula. Miró el estadio de arriba abajo, en busca del recuerdo y de los triunfos de otro tiempo. El césped le sentó bien. No hubo trazos de futbolista en sus poses, pero sí la fe de un conquistador.
Mostró carisma, facilidad de palabra y supo decir exactamente todo aquello que queríamos oír. Anunció que la nueva propiedad iba a poner todos los recursos en su mano para devolver al Real Zaragoza a su lugar habitual. Dijo también que el presente y el futuro estarían por encima de la historia, que la nueva propiedad cuidaría a la cantera y que sentía una ilusión especial y una “responsabilidad histórica”.
Quizá una de las mejores frases de Mas sirvió como aliciente para la Ciudad Deportiva: “el talento se tiene que quedar aquí e invertiremos lo que sea necesario para que el equipo represente el alma de Zaragoza”. Amable, cerró su intervención con una ronda rápida de preguntas y con su agradecimiento sincero a los medios.
Su familia caminó entre los túneles y los representantes del club le explicaron a la nueva propiedad el idilio del Zaragoza con la Copa del Rey. Quizá el menos periodista de los que allí se habían reunido quiso salir antes de tiempo. Se topó con la comitiva y saludó de manera tímida a los nuevos directivos y su familia. Entre ellos, se encontró una sorpresa y le adjudicó casi el lugar de una maldición, el aspecto de un gato negro. Era Luis Carlos Cuartero, con un traje ceñido, con miedo de ser descubierto, con el temor a ser visto.
Ante la mirada de ese figurante, Jorge Mas Santos sonrió confiado. El futuro será distinto, pareció decir. Y aquel fue el final ideal para una presentación de cuento.