Sería injusto afirmar que el Huesca es una nada. Una nadería era el año pasado; el actual es un tostón, pero un tostón bien currado, un sopor organizado en lo tocante al juego que ofrece no obstante alicientes y que suma puntos con una eficiencia desconocida en los últimos tiempos. Podríamos afirmar incluso que, transcurrido un cuarto de temporada, el equipo funciona por encima de las iniciales expectativas, contando además que las alineaciones son siempre una sorpresa, que la confianza de Ziganda en sus jugadores ha ampliado como nunca las rotaciones y que la presencia de canteranos puede suponer un plus de identificación del aficionado con el equipo.
En ese jugar a no querer del Huesca esta temporada (insisto: una intención muy bien planificada, que es decir mucho frente a la caótica nada del año pasado) suceden puntos de ruptura en la atonía de un partido, situaciones que mantienen viva la percepción de que algo puede suceder; una saludable incertidumbre que mantiene alerta el espíritu del aficionado en medio de la tabarra habitual. Y cuando el ambiente se altera, se pasa del sesteo a fases de interesante agitación en las fases de acelerones del equipo, de cierta agitación cuando el rival pierde la paciencia o se descompone; o irrumpe el VAR o el árbitro no atina y ruge el Alcoraz y se convierte en un carrusel de emociones.
Es en esos momentos donde el juego se descontrola, inevitables en todo partido, se deja notar una de las carencias más notables de un equipo con experiencia pero sin gobierno del balón y las más de las veces del partido: templanza, temple y criterio, un problema compensado por la indiscutible capacidad de Ziganda de leer con acierto el decurso del juego. Por encima de decisiones en apariencia incomprensibles, el míster suele acertar con las necesidades del equipo y buscar soluciones.
Puede argumentarse que el abuso del toque de algunos años atrás era otro tostón, también una aspiración a la nada por la vía del exceso de pases en corto o la incapacidad de alcanzar el área rival, cierto. Además, no vive precisamente el club un momento para pensar en lirismos ni armar un equipo tendente al barroquismo. Aquello que se observa en el césped bien puede ser el reflejo de las necesidad de gestión de un periodo de recomposición de objetivos y reubicación tras los años de oropel, donde el ahorro y la eficiencia de recursos permitan un retorno a la vieja normalidad, la del equipo de rango medio, sin demasiados traumas.
Si el equipo sigue sumando, el tostón será balsámico. Por ahora, la eficiencia manda.