Nunca he visto jugar a José Luis Violeta Lajusticia (Zaragoza 1940-2022) en La Romareda. No llegué a tiempo, porque me trasladé a vivir a Zaragoza en septiembre de1978, pero lo vi muchas veces, en la televisión, y algunas en el estadio de Riazor ante aquel Deportivo de Arsenio Iglesias que entrenaba al lado de mi casa en el campo del Balneario de Arteixo. Siempre me impresionó por su fortaleza, su entrega, su personalidad y su buen fútbol: poseía más que un aseado regate, sabía salir de zona y tenía sentido de equipo. Era un valladar y un capitán ejemplar que mejoraba a sus compañeros. Fue todo corazón y formó parte, a lo largo de catorce temporadas, de dos grandes conjuntos zaragocistas: el de Los Magníficos y el de los Zaraguayos. El de Los Magníficos, para los chavales como yo, nacido en 1959, formaba parte de la leyenda: se hablaba de aquella formación soberbia que jugaba al fútbol de maravilla y que había deslumbrado por doquier. Por los campos de España y de Europa, como recordaban en Inglaterra.
José Luis, que iba para ciclista, debutó en Pasarón en 1963, con aquel equipo correoso que acuñó aquello de “hay que roelo”. Desde entonces, su presencia en el equipo fue constante y encontró su sitio en la media: podía combinar con Isasi, Pepín o Pais, y pronto se acreditó como un formidable jugador. Aquel conjunto, que los niños recitaban de memoria como un poema casi legendario, ganó tres títulos, una Copa de Ferias y dos Copas del Generalísimo. Violeta debutó en la selección en 1966 y sería un asiduo de las alineaciones de Ladislao Kubala hasta un famoso malentendido con Miguel Reina que acabó en gol en propia puerta. Llegó a estar preseleccionado para viajar al Mundial de Inglaterra-1966, pero al final cayó de la lista, y aun formaría en combinados con Iríbar y Reina, con Sol, Gallego, Tonono, Benito, Costas y Uriarte, y siempre dio la sensación de ser un jugador ejemplar, entregado, laborioso, aunque donde dio lo mejor de sí mismo fue en el Real Zaragoza, donde no tardaría en ser capitán.
Jugó con los grandes, por supuesto, y con aquella delantera que tanto hizo soñar: Canario, Santos, Marcelino, Villa y Lapetra; el extremo oscense, como recordaba unos días antes de cumplir los 80 años, le dio buenos consejos y lo tomó bajo su protección. El estiloso Lapetra le dijo: “Hazme caso”. Se lo hizo e inició la senda de los éxitos. Demostró que era un gran marcador si lo exigían las circunstancias y se midió con los más grandes: con Di Stéfano cuando estaba en el Calvo Sotelo, con Eusebio, con Johan Cruyff, con tantos y tantos grandes delanteros. Con Luis Aragonés, con quien como ha contado Pepe Melero se las vio alguna vez.
José Luis Violeta y su fidelidad al Zaragoza
Cuando el Real Zaragoza cayó a Segunda División en 1971, Violeta, convertido ya en ‘El León de Torrero’, rechazó ofertas del Real Madrid y de otros grandes y cumplió con su misión: devolver al club a donde debía estar. Y, tras el regreso, integraría con el seis a la espalda y el brazalete de capitán, a otro conjunto formidable: el de los Zaraguayos liderados por Carriega y por un puñado de grandes futbolistas: Manolo González en la retaguardia, Planas, García Castany y Arrúa en la zona ancha, y Diarte arriba. Fueron años soberbios de un equipo que practicaba la fantasía y una imaginación desbordada. Y él, sabio, seguro, honesto, era la referencia: ese futbolista ejemplar, curtido en las dificultades, entregado al club de sus amores. No pudo jugar la final de la Copa del Rey ante el Atlético de Madrid por una tarjeta, pero sí estuvo en aquella memorable noche del 30 de abril de 1975 en la que el Real Zaragoza ganó 6-1 al Real Madrid ya campeón.
José Luis Violeta lo hizo todo bien. Era un futbolista intenso que no se amilanaba jamás. Un líbero moderno, con poderío, de 1.75, con capacidad de liderazgo. En 1977, con el equipo descendido, ya no le dieron la oportunidad de seguir. Había estado catorce temporadas en el club y dejaba una huella imborrable, emocionante. Es difícil encontrar a un futbolista tan excepcional en la historia del Real Zaragoza y forma con Juan Señor, Carlos Lapetra, Saturnino Arrúa y Xavier Aguado un quinteto formidable de futbolistas que sintió el fútbol y conectó con el público. Si este fue exigente con sus jugadores, José Luis Violeta aún lo fue más consigo mismo.
Fue un defensa imperial que sintió el club hasta el fin de sus días y que partió de modo fulgurante con un sueño imposible: ver al equipo en Primera División. Donde siempre debe estar. Dijo una cosa muy sencilla poco antes de los 80 en su casa, en el Paseo Sagasta 50: “Mi historia con el Real Zaragoza es la de un cuento de hadas”.
Que los dioses protejan a este hombre sencillo que tenía madera de héroe y le daba siempre pudor asumir lo grande que había sido para todos.