En la vida como en el fútbol, renegar de los sueños nunca es fácil. La luz de Kagawa en el Real Zaragoza se apaga para siempre, así como su sueño de jugar en Primera División con el león en el pecho.
Cuatro goles, una asistencia y 31 partidos jugados no justificaron el fichaje más mediático desde, probablemente, Pablo Aimar allá por el 2006. El nipón llegó a Zaragoza ya en el ocaso de su prolífera y respetada carrera, con el aliento de casi 8.000 zaragocistas en la que fue una presentación llena de ilusión y esperanza. Cuando el destierro del fútbol europeo parecía sentenciado para el media punta japonés, apareció el Real Zaragoza ofreciéndole un salvavidas para volver a poner a flote su carrera. Lejos de los focos y apartado de la máxima exigencia europea, Kagawa encontró en Zaragoza el contexto idóneo para recuperar el sitio que por calidad y personalidad le correspondía: el fútbol de élite.
Dicen que a los 30 años se alcanza el punto de cocción exacto de la carrera de un futbolista; cuando se toca techo en lo mental y en lo emocional. Quizá por ello la dirección deportiva apostara en su día por el emblemático jugador japonés para abanderar en el césped una plantilla ambiciosa.
Sin embargo, ese aura mágica que parecía llevar consigo el de Kobe fue parpadeando poco a poco hasta convertirse en un jugador muy cuestionado por gran parte del zaragocismo a raíz de su irregular rendimiento. Las lesiones no le respetaron la temporada pasada y las expectativas puestas en él no se llegaron a cumplir, decepcionando a propios y a extraños.
Despedida amarga
A pesar de una temporada de más a menos y de menos a más, con muchos altibajos, el buen final de liga de Kagawa abría la posibilidad de que el japonés continuase su contrato con el Zaragoza y formase parte de la plantilla de Rubén Baraja. Las intenciones de Shinji parecían claras: él quería quedarse. Pero su lealtad al club no fue suficiente para convencer al Real Zaragoza de que su sitio era éste. La decisión de inscribir en plantilla a Raí (el otro extracomunitario del equipo) y no a él el mismo día del inicio de la liga fue la puntilla de uno de los culebrones del verano zaragocista. Su alto salario –en torno a 500.000 euros anuales– fue uno de los grandes argumentos por los que el club maño decidió romper la relación contractual entre ambos. Así como su difícil encaje en los esquemas del nuevo técnico.
Asimismo, Kagawa ha reiterado su deseo de continuar jugando al fútbol en España. Por esta misma razón su salida se ha enquistado tanto, ya que para que saliese del club maño otro equipo debía pagar su finiquito, lo que parecía improbable viendo las capacidades económicas de los clubes que le pretendían. Ahora, el Sabadell apunta a ser su próximo destino. El acuerdo con Kagawa se ha cerrado al comprometerse el Real Zaragoza a pagarle la diferencia de salario que vaya a percibir en su nuevo equipo hasta llegar a los 500.000 euros de ficha que tenía en el club blanquillo.
Kagawa, ejemplo de profesionalidad
No por ello hay que negar que hacía muchos años que por La Romareda no se veía un media punta de la calidad de Kagawa. La diferencia técnica entre el japonés y el resto de los jugadores de la categoría era notoria. Seguramente, aunque parezca contradictorio, en un equipo de Primera División con espacios y un fútbol más pausado hubiera podido impregnarle continuidad a todo ese caudal técnico que en Segunda, por cómo se entiende el fútbol y por lo cambiante de la categoría, no ha podido cristalizar al máximo.
No sería honesto negar que fue un placer contar con Shinji Kagawa en las filas del Real Zaragoza en Segunda división. Su profesionalidad, su compañerismo y sus ganas de integrarse a una nueva cultura dicen mucho del talentoso centrocampista japonés, que durante las semanas en las que su continuidad se ponía en duda demostró tener más respecto por el Real Zaragoza de lo que el Real Zaragoza ha tenido con él.
Un amor pasajero que se va con menos ruido del que llegó. Un grandísimo futbolista que pasará a la historia del Real Zaragoza como aquel que ilusionó a una afición que, como él, tenía un sueño: volver a ser de Primera.