ZARAGOZA | Tiago Manuel Dias Correía, Bebé, sonríe en Zaragoza. Su carrera es la de un futbolista tan diferente como irregular, tan especial como incomprendido. Nada en el portugués es convencional. Su llegada al fútbol parece una historia de Dickens. En su piel, permanecen los recuerdos de La Casa do Gaiato, el orfanato que le acogió en su infancia. El Europeo de los sin techo fue su escaparate, el tren que le trasladó a la élite.
Muchos años después, Bebé fue el secreto mejor guardado de invierno. Llegó a La Romareda en el último día de mercado y cambió el panorama del equipo. En un grupo con más prosa que poesía, Bebé fue el verso libre. Y su entrada tuvo una incidencia directa en la clasificación, con el poderoso efecto que siempre tuvo en el fútbol la primera impresión. Después del tanto ante el Andorra, llegaron otros dos, frente a Alavés y Huesca. Y más allá de eso, el Zaragoza encontró en Bebé al jugador que puede cambiarlo todo.
Sus últimas actuaciones demuestran su adaptación al contexto. Solista por naturaleza, también ha sabido encontrar su lugar en la orquesta. Asistió a Simeone en el gol que abrió el triunfo ante el Racing y después de una jugada personal en Ipurúa, dibujó el centro definitivo. En los últimos partidos, no se ha ceñido al disparo a ninguna parte, sino que ha buscado a esa sociedad que en el fútbol se escribe desde el pase.
Todavía con lagunas en el retorno defensivo, Bebé escucha los consejos de Escribá, feliz ante los registros que da el portugués. Ese cariño puede ser determinante para su futuro, para un jugador que se sintió extranjero en muchos sitios. Pendiente de las soluciones que le ofrece su club de origen, el portugués ha tomado una decisión clave: hará todo lo posible por quedarse.
Bebé confiesa en privado que Zaragoza le ha acogido como ningún otro lugar en las últimas temporadas. Se siente querido y valorado por una hinchada que ha entendido sus errores y que aplaude todos sus aciertos. El testimonio de Bebé es también un deseo. A sus 32 años, el portugués ha encontrado en La Romareda un sitio en el que quedarse.