ZARAGOZA| A pesar del progreso del Real Zaragoza en el juego y en los resultados, hay futbolistas que siguen sin mejorar. Una de las apuestas más fuertes del club en los últimos años -especialmente de su descubridor- tras su increíble irrupción la temporada pasada fue la de Adrián Liso. Tras ser clave en la salvación del año pasado, Liso consiguió hacerse un primer nombre en el fútbol español. Pese atraer las miradas de grandes canteras, finalmente fue el Getafe quien apostó fuertemente por el joven extremo.
Si la campaña de su equipo está muy por debajo de lo esperado, el año de Adrián Liso no está siendo menos. Empezó partiendo como titular y parte indispensable del esquema, pero poco a poco ha ido perdiendo esa condición de intocable. Su tramo final de liga con Víctor Fernández no pasó desapercibido para nadie y pasó de ser un descubrimiento a ser una constante. Su alto nivel le convirtió en un peligro y propios y ajenos lo aceptaron. De ser un chico de la cantera, pasó a ser la principal amenaza de todo un Real Zaragoza. El ’33’ zaragocista empezó a ser objeto de análisis y sus rivales comenzaron a marcarle por partida doble. Un marcaje ante el que todavía no ha sabido rebelarse.
El Real Zaragoza encontró en Adrián Liso un ecosistema en sí mismo, un mecanismo de ataque propio y, por momentos, el único. Un peso y una responsabilidad quizás demasiado elevada para un chico nacido en 2005 y que empezaba a dar sus primeros pasos en el fútbol profesional. Tampoco supo adaptarse a su nueva realidad. Lejos de adquirir nuevos registros que le hicieran más impredicible, Liso parece haber perdido parte de sus fortalezas. Una situación que le aleja del jugador desequilibrante y eléctrico que irrumpió. El extremo parace haber perdido esa chispa y esa valentía del inicio y, por momentos, la confianza en sí mismo, lo que le ha condenado a perder también parte de su sitio en el terreno de juego.