Cuando por razones biológicas, muchas veces no entendibles, se nos marcha alguien, cada uno de nosotros le recordamos de alguna manera. En mi cabeza, Armando Borraz será un hombre con una perenne sonrisa dibujada en sus labios.
Nos ha dejado un tipo extraordinario, amable hasta la saciedad, que va a dejar un hueco insustituible porque, desgraciadamente, las buenas personas empiezan ya a estar en extinción.
Se ha ido un tipo generoso, que nunca dio la espalda a quienes lo necesitaron. Acudió al rescate de su pueblo, de su provincia de Huesca y de su querido equipo de fútbol cuando le llamaron, porque su sonrisa y su talante eran necesarios, y nunca supo decir que no.
Borraz no sólo aparecerá en la historia azulgrana como el presidente que llevó al Huesca a Segunda por primera vez, sino que siempre se recordará como la mejor carta de presentación que mostró el Huesca cuando llegó al fútbol profesional, y que refleja fielmente como es la gente de esta tierra: sincera, risueña, tenaz, trabajadora y honrada.
Nos deja alguien irrepetible e inolvidable, que te trataba con un cariño paternal, que nunca te negaba un abrazo o un apretón de mano y que además lo hacía con cariño, porque siempre llevaba la transparencia por bandera.
Algunos se quedarán con su porte simpático, otros con sus innumerables chistes, de los cuáles no podías dejar de reír aunque fueran malos, pues la gracia que tenía para contarlos era insuperable. Otros recordarán su valentía para abanderar las cosas que le pidieron, otros su fortaguante para llegar a todo cuando las cosas fueron difíciles.
Permítanme que yo me quede con ese hombre fuerte, con esa permanente sonrisa en los labios que al menos a mí, me hacía olvidar los cabreos y tristezas y me llevaba, siempre permanentemente, a darle un abrazo y a sentir que estaba compartiendo mi tiempo con una persona irrepetible.
Hasta siempre Armando y mil gracias por todo. Allá donde estés, nunca borres tu sonrisa.