ZARAGOZA | El Real Zaragoza logró un triunfo especial, con el sello de su cantera. Lo hizo en Cartagena, en un partido que tuvo mil caras y una reacción para el recuerdo. Pau Sans y Francho Serrano marcaron los goles, en lo que pareció un relato ideal, un cuento en el que ganaron los buenos.
Pasada la hora de partido, el Real Zaragoza perdía ante el Cartagena. El equipo buscaba la reacción, pero se atascaba en el fútbol posicional y las ocasiones se espaciaban. Entonces Víctor Fernández encontró su respuesta en el banquillo. Allí estaba Pau Sans, con su mirada despierta y su aspecto adolescente. El canterano agitó el partido, improvisó en una baldosa, se entendió con Bazdar y fue el nombre del empate.
Celebró feliz, en lo que pareció un caso de justicia poética. El fútbol le debía a Sans un gol con el primer equipo. Y él, que siempre tuvo duende, lo logró cuando su Zaragoza más lo necesitaba. Unos minutos después, pudo culminar la victoria en una acción personal, una marca registrada. Su acción fue calle, truco y barrio. Insolente, tumbó al portero en un regate que está en la cabeza de unos pocos. No vio venir a Musto y, cuando daba por hecho el tanto, el defensa se lo birló a última hora. El error fue un lamento, pero también una promesa: al mirar a Pau Sans es fácil sentir que está naciendo una estrella.
Quedaba la mejor obra del partido, la última jugada. Y en la historia pidió paso Francho Serrano. Para que el relato sea completo, conviene volver sobre sus pasos. El canterano ha vivido los meses más complejos de su carrera deportiva. Afectado por una fascitis plantar que le tuvo cinco meses en la sombra y con una situación contractual compleja. El de ayer era su regreso a un partido oficial y no pudo tener un desenlace mejor, un cierre más emocionante.
Bernardo Vital inició la contra en una jugada que reunió después a tres canteranos. Adrián Liso buscó el regate y el centro. Tras un desvío, el balón le quedó muerto a Marcos Luna, que lo cedió para la llegada de Francho Serrano. Allí estaba él, dispuesto a anotar sobre la bocina, a marcar el gol de la victoria. El golpeo no fue limpio ni nítido, pero esquivó una nube de piernas al borde del área. Entró suave, con una melodía propia, como si la imagen pudiera congelarse de camino a la red. La lentitud del gol contrastó con la celebración; veloz, vibrante, en la que hubo furor y mil ejemplos de sentimiento. Todos reunieron a Francho Serrano, al que siempre le describió un sintagma: “puro zaragocismo”.
La historia ofrece una nota más, un guiño entre bastidores. Cuando Pau Sans debutó en el primer equipo, Francho fue su protector en el vestuario e hizo las veces de hermano mayor. Dos años después, aparecieron juntos en la foto del triunfo, con dos goles que fueron felicidad y liberación. La fábula extrae una lección: la firma llegó de la cantera y el tesoro estaba en casa.
De vez en cuando, el fútbol parece justo: bueno con los que más lo merecen. Y puede ser, durante unas horas, el lugar de un cuento.