Me produce una enorme tristeza pensar que en apenas dos meses Víctor Fernández será historia. El técnico aseguró a su llegada que no existían lazos futuros ni hipotecas para el Real Zaragoza, que acabada la temporada se marcharía por donde vino, y añado yo, Víctor hará las maletas tras haber salvado al Real Zaragoza del mayor desastre de su historia. Mucho, muchísimo, tendrían que cambiar las cosas para que el técnico siguiese en La Romareda, así que solo nos queda soñar.
Cuando Víctor tome rumbo a Galicia, donde fijó su residencia hace ya demasiado tiempo, lo hará con la satisfacción del deber cumplido y, sobre todo, habiéndose sacado la espina de la desafortunada destitución a manos de Agapito Iglesias. Sí, allá por el frío mes de enero de 2008, cuando el Real Zaragoza al finalizar la primera vuelta tenía 22 puntos y, por culpa de esa decisión, el equipo terminó descendiendo a Segunda con la plantilla más cara de su historia. Como si de una profecía se tratase, Víctor se lo adelantó a Agapito, Bandrés y Pardeza la noche de autos, asegurando que con su despido, si no se fichaba un central, los dirigentes estaban condenando al equipo al descenso de categoría. De aquellos polvos vienen estos lodos, pero, lamentablemente, la historia no la vamos a cambiar.
El presente
Por eso, conviene centrarse en el presente, un presente que pasa por la vuelta de tuerca dada por Víctor al equipo en Cádiz. El Real Zaragoza había sido un equipo demasiado frágil en sus últimas salidas y el míster apostó por un cambio de dibujo para fortalecer su defensa y, sobre todo, para intentar minimizar las virtudes cadistas, que pasan por unos extremos de otra categoría. Lo consiguió, porque jugar con tres centrales y dos carrileros también puede ser sinónimo de tener la pelota, atacar los espacios y generar un buen puñado de ocasiones. De hecho, si no fuese por un penalti en el tiempo añadido, que el colegiado tenía muchas ganas de pitar, el Real Zaragoza hubiera logrado la victoria en el Carranza.
La cosa quedó en empate, un empate con nombres propios, Pep Biel y Nieto, por ejemplo. Dos chicos llamados en agosto a hacer número en la plantilla y que Víctor ha convertido en futbolistas profesionales. Serán muchos los que ahora se apunten el tanto, como sucede siempre en estos casos, pero en mi opinión la gran herencia del técnico, más allá de una permanencia que es la vida, es el legado que deja. Un patrimonio deportivo mejorado en cuatro meses al frente del club, es el caso de Biel y de Nieto, pero también de Alberto Soro, los tres han crecido al calor de un entrenador que no debería marcharse nunca.