Borrar del camino de la Copa del Rey a tres equipos de Primera División siendo un club de Segunda División ‘B’ es una tarea complicada que el Mirandés completó en la temporada 2011/12. Esa fue su hazaña.
Todos hemos sido, durante algún momento de nuestra vida, del Mirandés. Más concretamente, todos fuimos en el mes de enero de la temporada 2011/12 del club rojillo. Lo fue el aficionado al fútbol porque el equipo burgalés se atrevió a competir en aquella inolvidable Copa del Rey del 2011/12 con las grandes potencias de Primera División, y también lo fue el que detesta el deporte rey por la misma simple razón, ver como un club pequeño se codeaba entre gigantes. Antes de que el Leicester irrumpiera en escena en el Reino Unido el año pasado, el Mirandés había hecho una machada similar en el fútbol español. Fue la machada de todos.
El equipo estaba entrenado por Juan Carlos Pouso y liderado sobre el verde por Pablo Infante, un banquero de 31 años que trabajaba en una sucursal de Quincoces de Yuso y que se dedicaba a meter goles cuando no atendía a sus clientes. El Mirandés, situado en Segunda División ‘B’, tuvo un camino complicado aunque se deshiciera en las rondas previas de otros clubes de su categoría con una solvencia notable, pasando por encima de la Balompédica Linense y el Logroño y sudando un poco más con el Amorebieta.
El sorteo de dieciseisavos le encuadró con el Villarreal, el primer Primera al que eliminaron. Los rojillos empataron a uno en el Municipal de Anduva con los goles de Alain Arroyo y de Borja Valero, que logró las tablas para los visitantes a escasos minutos del final. A ojos del gran público todo parecía perdido. Menos para Pablo Infante y sus guerreros. El Mirandés fue al Madrigal y ganó 0-2 con un doblete de Infante a un Villarreal que alineó a Mussachio, Bruno Soriano, Borja Valero, Senna, Cani o Nilmar. Estaba hecho, habían superado a uno de los grandes de LaLiga Santander.
En octavos llegaba el Racing de Santander, un histórico que vivía con unos acuciantes problemas económicos que han mermado su salud hasta día de hoy. El Racing, de igual forma que el Villarreal, acabó descendiendo a Segunda División a final de temporada, mientras que en la Copa había eliminado al Rayo y tenía la ilusión de superar al Mirandés. Pero en la localidad burgalesa se dieron de bruces con la realidad. Los de Pouso ganaron 2-0 con goles de Pablo Infante y Martins para viajar a Santander con una relativa tranquilidad, ya que en la vuelta Munitis puso el 1-0 en el 34′ y hasta 40 minutos después el Mirandés no logró el gol del empate gracias, cómo no, a Pablo Infante. Ya era el héroe de la ciudad.
Habían llegado a los cuartos de final, donde esperaba el Espanyol de Barcelona. Periquitos y rojillos iban a dejar una de las eliminatorias más emocionantes que se recuerdan tanto por el partido de ida como por el de vuelta. En Cornellà, el Mirandés se adelantó 0-2 con un gol de Alain y una obra de arte de Pablo Infante, que aprovechó el error de la zaga catalana para batir a Kiko Casilla con una sobresaliente vaselina. Quedaban 13 minutos para la remontada espanyolista, y aún así le sobraron dos y el descuento. Weiss en el 84′, Rui Fonte en el 86′ y Verdú en el 88′ le dieron la vuelta al choque para delirio de la afición local.
Una semana más tarde el fútbol tenía preparada una grata sorpresa a un Mirandés que se le complicó muchísimo con el gol en propia de Mújica nada más comenzar el segundo tiempo. Sin embargo, Pablo Infante quería el pase y con un derechazo desde la frontal puso la igualada y levantó al público de sus asientos. Estaban a un gol y quedaba media hora, aunque no fue hasta el minuto 90 cuando Caneda (único jugador de la plantilla que había jugado en Primera) cabeceaba a la red un centro del banquero de España. Sí, estaba hecho. El Mirandés había hecho lo imposible por tercera vez seguida. Estaban a dos partidos de la final.
El Athletic Club, un muro imposible de escalar
El Athletic de Bilbao, el último escollo que quedaba por pasar por Miranda de Ebro, iba a ser el que echara a los castellanoleoneses de la Copa y lo iba a hacer con mucha contundencia. A la media hora del partido de ida en Burgos, Llorente ya había hecho saltar por los aires toda esperanza rojilla con dos goles y había anulado prácticamente el posterior tanto de Lambarri en el 88′, ya que este significaba poco más que un recompensa a la constante lucha mirandesa.
La vuelta en San Mamés (6-2) fue un homenaje para el Mirandés en un escenario y en una ciudad que derrocha fútbol por los cuatro costados. No hubo partido ni eliminatoria pero sí existió el reconocimiento popular a un club que había atentado contra el fútbol más rico. Porque todos fuimos, durante algún momento de nuestra vida, del Mirandés.