El Real Zaragoza ha perdido la pista del triunfo en los minutos finales, en los tramos más sensibles de los partidos. Parece un fenómeno en sí mismo, uno de esos bucles que siempre vuelven. Esa maldición recorre Zaragoza en la última década, como el hilo conductor de todas las desgracias. Las tres oportunidades más cercanas del ascenso murieron en ese lugar de los encuentros. Sergio Araujo en el 84, Pape Diamanka en el 93 y Nino en el 82 acabaron con los sueños del Real Zaragoza a las puertas de Primera.
En este curso, el trauma se repite. El Real Zaragoza vuelve a ser un equipo vulnerable, frágil en los momentos de la verdad. Pocos partidos lo reflejan mejor que el que se jugó en El Plantío. El equipo aragonés perdió en el minuto 92 una ventaja que había encontrado en el 90. Titubeó en la defensa del área y fue un flan ante los centros. Sus defensores se perfilaron mal, dejaron vivos balones definitivos y recularon hasta el empate.
Perder puntos en el cierre del encuentro no parece una cuestión física sino mental. Sin un control emocional del juego, los momentos de la verdad descubren un defecto competitivo recurrente.
El Zaragoza y sus números en la segunda mitad
El Real Zaragoza ha simplificado muchas de sus imperfecciones. Se habló de los problemas ante el gol, cuando era un problema de fútbol. Y se creyó que la solidez defensiva del curso pasado se podía mantener en este. Una parte esencial de la ecuación era Alejandro Francés, que ha perdido protagonismo en la temporada. Sin estar al mismo nivel que la temporada anterior, Lluís López le ha robado el puesto sin que su rendimiento sea lo suficientemente constante.
Las segundas partes descubren también las lagunas del Real Zaragoza. En el tiempo en el que se rompen los partidos, el equipo aragonés ha encajado 13 de los 16 goles del curso. La cifra habla por sí misma y cuesta encontrar una razón válida para todo. Con Carcedo la explicación más sencilla llegó a través de su lectura de los encuentros: las decisiones que el técnico tomó con el partido en marcha nunca mejoraron al Zaragoza. Cuando las fuerzas fallaron, tampoco encontró grandes soluciones estratégicas. Hay quien cree que el problema con Escribá es diferente: el control en el juego no se ha trasladado a las áreas. Tras fallar goles cantados en el primer acto, la fragilidad defensiva se hace más visible en el segundo.
Los descuentos sirven para mostrar también un vicio. El equipo aragonés ha encajado tres goles en los descuentos finales de cada partido: le ocurrió ante el Lugo, Andorra y Burgos. A esa cifra se le añaden también los dos goles que encajó al borde del descanso frente a La Ponferradina y también ante el Andorra, que marcó en los últimos minutos de cada parte. La estadística ofrece tres pistas reveladoras: el Zaragoza ha encajado 4 goles en los últimos diez minutos de partido, ha recibido 7 en los últimos veinte y 9 de sus 16 goles en contra llegaron en el cierre de cada parte (56´2 %).
Los números sirven para probar un trauma. El Zaragoza tiene motivos para temblar en el cierre de los partidos, para temer también al reloj.
… para los rivales…