25 años después del gol de Nayim la palabra “Recopa” sumerge al aficionado del Real Zaragoza en el sentimiento más eterno y divino jamás vivido. Sin embargo, este torneo ya sepultado guarda punzadas propias de un deporte todavía sin desarrollar.
La historia nace en un fútbol añejo, en el que los magníficos acumulaban varias temporadas de ensueño en el Real Zaragoza. Algunos habían sido claves en el primer – y huérfano título durante muchos años – de la selección española. Aquella Eurocopa de 1964 tenía acento blanquillo. Marcelino y Lapetra habían sustituido a Di Stéfano y Puskas, que no trasladaron sus éxitos del Real Madrid a la selección, y Reija y Villa acechaban oportunidades desde el banquillo. De hecho, todo el mundo recuerda el cabezazo de Marcelino que le otorgó el título a España en el Santiago Bernabeu.
El Real Zaragoza durante esa década de los 60 fue uno de los más grandes en el fútbol español. Conquistó dos Copas del Rey y dos Copas de Ferias (1964-1966) y siempre aseguraba uno de los primeros cinco puestos en la tabla liguera. Tras llegar a semifinales de la Recopa en 1965, la edición de 1967 suponía el gran reto de trasladar su exuberancia nacional por el viejo continente.
El Real Zaragoza de los cinco magníficos
En cuartos de final se encontró con un Rangers que ya avisaba del crecimiento del fútbol escoces. El 2-0 de la ida obligaba a tirar de heroica en la Romareda. Y se consiguió. El 22 de marzo un Real Zaragoza con Marcelino, Lapetra, Santos y Villa (Canario fue el único magnífico que faltó) igualó el resultado.
Los espectadores lo recuerdan como un encuentro bárbaro, intenso, de un gran espectáculo, en el que el Real Zaragoza siempre llevó el peso del partido a pesar de que la actuación del guardameta Yarza fue muy importante para mantener la portería a cero. La prórroga no derribó el marcador y con todo empatado llegó la curiosidad de la tarde.
La eliminatoria la decidió una moneda al aire
¿Cómo se decidiría la clasificación? Por aquel entonces no existían las tandas de penaltis. Estas no fueron oficiales en competiciones internacionales hasta 1970. La eliminatoria debía zanjarse por el azar más antiguo que se recuerda. La cara o la cruz. Una moneda al aire. Como si de una elección de campo o de saque al inicio del partido se tratase. Ante la mirada atenta de una efervescente Romareda, el capitán escocés Grieg eligió por ser el visitante. Señaló el dos de ese franco (moneda de la época en Francia) que sacó el árbitro, y salió cruz. El Zaragoza estaba eliminado.
Esta no fue la única injusticia del fútbol antiguo. Ocurrió con muchos más equipos. Un caso muy sonado fue en 1954, cuando a España se le negó jugar el Mundial de Suiza porque un “bambino” italiano extrajo otra papeleta. El Rangers pasó a semifinales y llegó a disputar la final del torneo. Sin embargo la superioridad de un Bayern de Munich formado por unos jovenzuelos Sepp Maier, Franz Beckenbauer y “Torpedo” Müller fue notoria. Los alemanes ya avisaban de que serían una generación dominante en el fútbol mundial. Los escoceses vieron como el Celtic de Glasgow, la parte católica de la ciudad conquistaba la Copa de Europa, mientras los protestantes, perdían su final. El Real Zaragoza se quedó sin la posibilidad de su Primera Recopa. Los aragoneses compitieron con valentía y honor ese torneo. Pusieron la cara, pero el destino eligió cruz. Habría que esperar 28 años.