ZARAGOZA | Las dos victorias en el inicio de la competición han provocado la esperanza de toda la afición del Real Zaragoza. La inercia de este curso no se entiende sin la despedida del anterior. Alberto Zapater dijo adiós al club de su vida y su último servicio fue llenar de color y de emoción La Romareda, en la despedida más bonita jamás contada.
Si el grupo inversor no sabía lo que era el Real Zaragoza entonces, aquel momento les dio la verdadera medida de lo que significa el club en toda la ciudad. Meses antes, se había producido el fichaje más estratégico de la nueva propiedad. Raúl Sanllehí, regente de Jorge Mas en Zaragoza, eligió a Juan Carlos Cordero para su dirección deportiva. Y en secreto preparó un proyecto que ha nacido dos veces. El director deportivo se ha manejado con rapidez y valentía en los despachos. Y ha construido una plantilla convincente, amplia, llena de ambición.
La ilusión parece justificada en este arranque. El Real Zaragoza no ha ganado por goleada ninguno de sus dos partidos, pero ha mostrado un rostro competitivo siempre. Parece un equipo hecho a la medida exacta de la categoría, en el que mezclan la experiencia y la calidad, la veteranía y la juventud en una armonía casi total. Su triunfo ante el Valladolid mostró que además de fútbol, tiene capacidad de sufrimiento.
La Romareda vibró en el tramo final como hacía mucho tiempo que no lo hacía. Se alcanzó la atmósfera de las grandes noches, la que se crea cuando se está ante el nacimiento de algo muy especial. Fran Escribá definió mejor que nadie la realidad de la competición en la primera rueda de prensa: ninguna carrera se gana en el primer kilómetro. Tampoco en el segundo. Pero hasta que se demuestre lo contrario, el Zaragoza ha dejado una impresión muy prometedora en sus primeros pasos.