ZARAGOZA | El Real Zaragoza empató un partido en el que hizo todo para vencer, menos vencer al fin y al cabo. Jugó el mejor partido de la era Ramírez, acumuló ocasiones, se adelantó, pero dejó escapar su ventaja en el descuento. Debió ganar, pero también pudo perder. Serio y concentrado en la primera mitad, fue un equipo decidido en la segunda. Acumuló ocasiones hasta reencontrar el gol de Mario Soberón, el mejor atajo de la temporada.
Con ese tanto y una suma de diez oportunidades en ese segundo acto, el Real Zaragoza le perdonó la vida al Sporting. Entre todas las ocasiones pesará más que ninguna otra la de Samed Bazdar. El bosnio quiso para sí mismo una acción que podía haber resuelto Adu Ares, que esperaba ya el pase de la muerte. El error tuvo mayor trascendencia por lo que pasó después. Acto seguido, Dubasin, un delantero siempre afilado, logró el empate definitivo. El gol heló La Romareda, aunque no llegó a sorprender a nadie.
Desde la grada, el empate se empezó a mascar tras el fallo de Bazdar, que había habilitado minutos antes a Dani Gómez. El delantero madrileño, que dejó grandes impresiones en su segunda cita en La Romareda, se topó con Rubén Yañéz, capaz de negar goles también con la cara. Después de desperdiciar esas ocasiones, se empezó a cumplir una vieja ley de este juego. El que perdona, la paga; el que conserva, lo pierde. El presagio parecía escrito en la grada, con una maldición recurrente, habitual, que duele mucho más de lo que asombra.
En el día en el que mejor jugó, el Real Zaragoza repitió su desenlace. En La Romareda se cumplió la profecía autocumplida, una nueva versión de La Historia interminable.