Puntuar a domicilio siempre es positivo y más si mantienes una carácter tan intratable en casa como lleva el Huesca en El Alcoraz. Sin embargo, la percepción del rendimiento en los últimos encuentros no hace esbozar una sonrisa en el aficionado azulgrana. La pérdida de cuatro puntos en los últimos instantes en el Martínez Valero y en el Tartiere abre un debate que ni la privilegiada clasificación es capaz de refrenar.
¿Por qué los de Michel no son capaces de cerrar estos partidos? Ahí las miradas van siempre o a los jugadores o al entrenador. La cuestión de fondo es mucho más profunda que las acciones puntuales que costaron los goles. En ambas jugadas hay malos despejes, poca contundencia y, en general, un despropósito colectivo que permite a Pere Milla y a Ibra, goleadores del Elche y Oviedo, rematar con facilidad para marcar esos tantos tan dolorosos. Pero, para llegar hasta ahí, antes hay una pérdida de dominio, del control de juego alarmante, que no es capaz de evitar el técnico.
El fútbol es tan atractivo en parte por este tipo de resultados impredecibles que deshacen crónicas casi prestas para la rúbrica. Lo que no es tan azaroso es el menguante liderezgo que el Huesca impone en los rivales. Sea por el conocimiento del paso de la liga, o por el inmovilismo del sistema, el Huesca apisonador (sobre todo en casa) ha bajado notablemente esa condición hasta verse a merced de la pizarra rival.
Y ahí el sufrimiento está garantizado. Sin balón está más que comprobado que el Huesca se vulgariza por carencias en una plantilla que demanda incorporaciones en forma de soldados para la batalla en la medular. A la espera de la recuperación de Doukouré o la llegada del deseado Rivera, las soluciones planteadas para tratar de no perder el control de los partidos no terminan de salir.
Quizás lo de Oviedo no fue más que un mal despeje y pérdida de posición de un frío Insua que acababa de entrar sin calentar. Quizás se ha generado una psicosis en los instantes finales más mental que otra cosa. Lo único real es la pérdida de jerarquía. Y ahí Michel tiene un problema.