ZARAGOZA | La SD Ejea consiguió el triunfo en su estreno en la Segunda RFEF ante el CD Subiza (3-2), en un partido que fue especial en casi todo, marcado por la lluvia y por la fiesta. El equipo de Iván Martínez tuvo que ganar dos veces para celebrarlo una sola. Lo hizo, sobre la bocina, con un gol de Isma Fadel, que sirvió para llenar de felicidad Las Cinco Villas, para invalidar la reacción de los navarros. Antes Babacar y Hakim habían alcanzado la primera ventaja, en un equipo que se mueve a través de la magia de Luis Carbonell, genial e insolente en casi todo. Cuando mejor estaba el partido, el Subiza cambió la inercia y logró el empate en dos despistes. Todo quedó a expensas de una última jugada y, en ese punto, la épica premió lo que el Ejea se había ganado antes con el fútbol.
Iván Martínez ha formado un equipo completo, lleno de recursos, de compromiso y de talento. Rocoso en su carril central, con fútbol en todas sus líneas y una ventaja sustancial. En su plantilla cuenta con un verso libre, un jugador diferente. Luis Carbonell es la llave de todas las cosas, un mago irreverente, el Djalminha del Ejea. Está lejos de su forma, le cuesta encadenar esfuerzos en la misma jugada, pero todavía es capaz de ganar partidos por su cuenta. Y lo es por una ventaja innata: lo que él tiene ni se aprende, ni lo tiene el resto. Al verle, sientes que podría llegar mucho más lejos. Sobre todo si se le mira junto a Iván Martínez, el técnico que mejor le entiende. Y, por encima de todas las cosas, uno piensa que por ver a Carbonell sigue mereciendo la pena pagar una entrada.
Si el fútbol se explica mejor a través de las relaciones de cercanía, Carbonell mezcla bien con Carrasco, otro distinto, y con Babacar, un delantero capaz de todo. Su historia personal merece un capítulo aparte. Mientras tanto, escribe sobre el césped un relato propio. Es un generador de cosas, un productor de ventajas. Veloz, inalcanzable en pleno vuelo, no acertó en todas sus ocasiones, pero no paró de provocarlas. En la primera mitad, el senegalés se nubló en el remate, pero llegó puntual a la cita en la segunda. Carbonell volvió a ser el principio, medio gol en una sola jugada. En el área esperó Babacar, que resolvió a un toque todo lo que Carbonell había empezado.
Hakim amplió la ventaja poco después y la SD Ejea tuvo en su mano varias veces la sentencia. El Subiza resistió, se mantuvo vivo y esperó su momento. Forzó primero las paradas de Yzán Acín, ágil en todas las secuencias, y encontró después dos barullos que valieron un empate. El segundo tanto fue un golpe duro, un sopapo cruel. El equipo de Iván Martínez parecía entonces cabizbajo, desesperado por perder un partido que había estado en su mano. Pero confió en el impulso y en la fe de su técnico, se comportó como una unidad en busca de revancha y creyó hasta la última jugada. La locura estuvo esta vez de su lado y el fútbol hizo justicia en la última falta. Marcó Fadel y la lluvia sonrió al Ejea.