Desde la llegada de Miguel Linares al Real Zaragoza, se le ha descrito con infinidad de adjetivos: constante, luchador, zaragocista, y un largo etcétera. Es el mejor ejemplo de que el trabajo, el no bajar nunca los brazos, tiene su recompensa.
Cuando Linares salió de la cantera zaragocista, no imaginó poder volver con 36 años. Cuando se jugaba el playoff de ascenso a 2ª B con el Barbastro, frente al FC Barcelona “B” de un tal Pep Guardiola, un tal Busquets y un tal ‘Pedrito’, no se imaginaba que algún día podría volver a su casa.
Jugó en numerosos equipos: Utebo, Huesca, Barbastro, Alcoyano, Salamanca, Recre, Elche, Oviedo, Reus… un trotamundos del fútbol español. Ha marcado goles en todas las categorías en las que ha estado. Porque el gol, o se tiene, o no se tiene. Y Linares lo tiene.
Pero, a buen seguro, jamás imaginó poder marcar su gol más especial. El sueño de todo niño que crece en la Ciudad Deportiva. Celebrar un gol en La Romareda con el Real Zaragoza.
Zaragocismo en estado puro
Es inimaginable la vorágine de sentimientos e imágenes que se le pasaron por la cabeza a Linares cuando vio llegar el caramelo de Pep Biel. Cuando vio el esférico besar las mallas. Cuando vio a toda la gente, su gente, celebrar un gol de Miguel Linares, delantero del Real Zaragoza.
Su reacción le delata. No buscó los focos, ni la mejor cámara, ni que le viese toda la afición. Se limitó a hacer caso al más puro de sus instintos. Se llevó la mano al escudo, y lo besó. Fueron apenas dos segundos, pero para él fue mucho más. Fue el premio a su trabajo, a toda esa lucha recompensada a sus 36 años.
Pero, aún en ese momento de inmensa felicidad, Linares fue incapaz de olvidar sus orígenes. Giró su cabeza hacia la grada ilicitana, y pidió perdón por lo vivido con ellos en el pasado. Un gesto de grandeza, pero a la vez de sencillez.