El rombo vuelve a marcar el rumbo del Real Zaragoza. La historia reciente del club aragonés con esta figura geométrica no deja de ser una relación de amor-odio. Capaz de vivir los momentos más ilusionantes y satisfactorios y capaz de provocar un cortocircuito emocional que le llevara al odio.
Como si de una relación amorosa frustrada se tratase el aficionado del Real Zaragoza acabó adquiriendo un rencor extremo contra este sistema. Sin embargo la llegada de Shinji Kagawa, la incorporación de dos delanteros dominantes fisicamente y la ausencia de futbolistas de banda que estén derribando la puerta de la titularidad han provocado esta vuelta al pasado.
Víctor lo borró la pasada temporada
Victor Fernández nunca ha sido muy fanático de este sistema. De hecho apenas lo usó la temporada pasada. Cuando llegó al banquillo de la Romareda no tardó en hacer del 4-2-3-1 su esquema base con alguna intervención puntual del 4-1-4-1. Para esta campaña, detectando el perfil de sus mejores hombres se ha dado cuente de que esta particular distribución sobre el césped puede sacar la mejor versión de sus futbolistas.
El rombo acoge a Kagawa como líder del ataque. Le otorga la zona en la que ha marcado diferencias en la élite europea durante tantas temporadas y permite a sus compañeros siempre tener visible a la figura nipona. El esquema defiende al Luis Suárez delantero. En sus escasas intervenciones públicas el colombiano ha dejado muy claro que él se siente delantero. Partir desde la banda le quita rango a su fútbol y esa doble punta junto a Dwamena representa una amenaza al espacio terrible para las defensas rivales.
Eguaras-Kagawa, los grandes aliados del rombo
Pero por encima de todo el rombo es el símbolo de Iñigo Eguaras. No es causalidad que en sus dos últimos partidos haya destilado más fútbol y magia que durante la pasada temporada. Con los problemas físicos atrás, el mediocentro navarro está para volver a ser el arquitecto de un equipo con mucho fútbol por delante. Sin lugar a dudas son tiempos de sonreírle al rombo, y sonreír a Victor Fernández, cuya figura está indiscutiblemente por encima de cualquier pizarra táctica.