ZARAGOZA | El Real Zaragoza venció al Andorra y logró un triunfo imprescindible, en un partido que tuvo que proyectarse dos veces. En el segundo, en el que podía jugarse, dos acciones claves lo decidieron todo. Marcó Francho Serrano y voló Fran Gámez en el tanto definitivo. El lateral firma goles únicos, acciones de otros partidos y otras ligas. En el de hoy, se congeló en el aire y trazó una tijera imposible, un remate para el museo. El fútbol se explica mejor a través de la complicidad, de relaciones que se establecen sin mirarse. En ese lugar de la historia siempre estuvieron Gámez y Serrano, capaces de mejorarse entre ellos, de terminar las frases que empieza el otro.
Julio Velázquez mantuvo su sistema de cabecera y creyó en un equipo mixto, confuso y con muchas pieles. Lluís López sustituyó a Jair y Mollejo se estrenó en el carril izquierdo. No sirvió para que la imagen fuera distinta en el inicio, en una puesta de escena que fue un bostezo. Sí que tuvo una opción Iván Azón en el arranque, pero el equipo se durmió después, contagiado por la nana que canta siempre el Andorra. El duelo se volvió una partida larga, una coreografía de entrenadores que se perseguían, empeñados en anularse, nunca en alzar la voz.
La primera mitad estaba siendo lenta, pesada, difícil de mirar. El Andorra mandaba pases entre todos sus mensajeros, como si el fútbol fuera una secuencia matemática. Portero, central, carrilero; carrilero, portero, central. No atacaba el Zaragoza, que solo progresó en algún tramo por el perfil diestro.
En ese contexto, mientras el partido estaba en la pizarra de los técnicos, alguien se saltó el guion en la jugada que lo cambió todo. La primera presión a la que acudió el Real Zaragoza de manera coordinada llegó al filo del descanso. No parece casual que fuera Marc Aguado el que firmara la recuperación. Aguado siempre fue el mejor testigo en el plan de Sarabia, el mejor lector de todo su fútbol. Y tampoco parece casual que fuera Francho Serrano, liberado, el que firmara el gol después.
Robó Aguado en el duelo y Francho Serrano, que ya había pensado en portería antes, la conquistó entonces. De interior, con un disparo preciso, suave, ajustado, que venció la estirada de Dani Martín. Su golpeo fue un pase a la red, una comba y un cuento. Marcó Francho y celebró con un beso al escudo, como un canto de cantera. Si el gol resume las virtudes de un todocampista, el festejo le define en un solo sintagma: puro zaragocismo.
Así se llegó al descanso, con la única acción que valió la pena ver en 45 minutos de juego. Y en la reanudación, el Andorra cambió su idea, su fútbol se volvió vertical, incisivo, hasta forzar los reflejos de Edgar Badía. El portero catalán, recién llegado, volvió a usar su traje de héroe. Voló en un remate cantado de Karrikaburu, en una parada elástica, felina. Y la calcó después, cuando ya todo estaba decidido.
Volvió a conceder terreno el Real Zaragoza, a recular en exceso. La grada se llenó de impaciencia y el Zaragoza de fragilidad. Vivió de nuevo el Zaragoza en el alambre, pensando en conservar y nunca en ampliar su ventaja. El dictado del Andorra cobró sentido y el equipo de Julio Velázquez esperó un detalle.
La moneda cayó a su favor y el matiz llegó a la hora de partido, en una acción a balón parado, un gol que hubo que marcar dos veces. El lanzamiento de falta, impoluto, casi perfecto de Toni Moya, se estrelló en el larguero. El balón cayó a la zona de Fran Gámez, que sorprendió con una tijera memorable. El recurso, plástico y acrobático, pareció irrepetible. Donde otros usan el empeine, Gámez desvió el esférico con el exterior en pleno vuelo.
Hubo tiempo para cantar un gol que no llegó a subir al marcador, para celebrar la firma más fiable de este Real Zaragoza: Maikel Mesa. El resto del tiempo, el Real Zaragoza supo jugar con el reloj y consiguió que no pasará nada en la franja que peor le viene, en el tramo en el que casi siempre ha temblado. El grupo de Julio Velázquez quebró la resistencia del Andorra, que pareció vencido, hundido ante los golpes del partido. Si alguna vez aparecieron las dudas, Badía las despejó con sus guantes.
Venció el Zaragoza y alcanzó una tregua entre todas sus dudas. Le venció al temporal y, por una vez, aplicó la lógica en los partidos. El Real Zaragoza tiene mejores futbolistas que el Andorra y supo trasladarlo al marcador. El triunfo se explicó a través de dos zarpazos, que llegaron en el momento justo. Primero Francho Serrano dibujó de interior la victoria, después fue Gámez con un exterior inolvidable. Así venció el Zaragoza y encontró sol entre la nieve, calma entre las sospechas. Y lo hizo a través de un complicidad muy especial, una sociedad que se establece entre dos nombres.