ZARAGOZA | El Real Zaragoza sumó su cuarto partido de la temporada frente a un rival en inferioridad desde la primera mitad. También el Granada jugó con un futbolista menos en el último tramo, una vez que el resultado ya parecía decidido. En esta ocasión, la circunstancia no sirvió para vencer. Pareció una concesión imperdonable: en una liga escrita desde la igualdad, la ventaja numérica debe ser definitiva. Ayer tuvo un reverso claro en La Romareda: ante el Málaga, el Zaragoza no pareció verdaderamente superior en el juego. La estructura de Sergio Pellicer, rocosa de principio a fin, concedió el espacio por fuera. Desde ahí, el Zaragoza fue previsible, fácil de defender. La excepción de Dani Tasende pareció valiosa, pero el equipo no acertó en sus tentativas y sus remates. El lateral gallego acabó pidiendo el cambio y solo recibió un gel para aliviar su desgaste.
El Málaga taponó el espacio interior y convirtió esos pasillos en un coto privado. El Zaragoza tenía que maniobrar en un ascensor y nunca encontró el siguiente piso. Ni Aguado, ni Francho, ni Aketxe tuvieron continuidad en ese espacio. La entrada de Toni Moya le dio más fluidez al equipo, pero el mediocampista destacó más por sus intentos de lejos que por sus dotes de mando. Si mejoró Aketxe fue en el tramo final, retrasando su punto de partida. No logró probar fortuna desde la larga distancia y destacó como centrocampista una vez que no tuvo presencia como mediapunta.
Una noción básica del juego permitió la supervivencia del Málaga. El equipo andaluz destacó en la defensa de su zona y ganó el 57% de los duelos en el suelo. Llegó a tiempo a las disputas, venció en las segundas jugadas y al Real Zaragoza le faltó alguien que aprovechara las ventajas que genera Iván Azón. Y volvió a quedar claro que Alberto Marí no es desde luego ese jugador. De hecho, cada vez queda menos claro qué tipo de futbolista es Alberto Marí. Frente a una propuesta elemental del colectivo, no solo fallaron las alternativas sino la ejecución de la misma. Insistió el Zaragoza en el centro permanente, que fue para todos y para nadie al mismo tiempo. Perdedor de esa primera disputa, el equipo de Víctor Fernández tampoco peleó la segunda. Hasta el punto de que nadie aprovechó los alborotos que siguen a un despeje, con una ocupación mala de las áreas de peligro.
El Real Zaragoza emitió frente al Málaga síntomas preocupantes. No encontró la victoria en las primeras acciones y se perdió en las segundas. El empate tuvo un sabor amargo y descubrió muchos defectos. Falló el plan inicial, no se acertó con las alternativas; hubo defectos colectivos y grandes errores individuales. También faltaron soluciones desde la banda, con la entrada de Alberto Marí y de Sergio Bermejo como los grandes reproches para el técnico.
Si la clasificación ofrece esperanzas, el juego despierta algunos fantasmas. Ante el Málaga faltaron jugadores que vertebran al equipo, pero el Zaragoza no supo aprovechar las ventajas competitivas que ofreció el partido, tampoco sacar más de todo lo que tuvo. El resumen parece ya escrito: la superioridad solo fue numérica.