ZARAGOZA | El Real Zaragoza está inmerso en la depresión de todos sus inviernos, como si el fútbol fuera un bucle y en el club maño se repitieran todas las maldiciones. No importa si en el banquillo habitan leyendas, técnicos cercanos y otros que entienden el fútbol como un jeroglífico. No importa tampoco lo bien que se empieza, si hay certezas en el juego, si hay un camino más corto hacia los goles. Por una cruel mezcla entre todas las cosas, la estructura del Real Zaragoza, ilusionante en los agostos, se derrumba como un castillo de arena.
Esta vez la cuerda más débil no será la del banquillo. Víctor Fernández tiene el aval de la historia, el cariño de un sector incondicional de la hinchada. También posee detractores y se le sumarán más si el equipo no vence mañana: “Si yo soy el problema del Zaragoza, la solución es fácil y sencilla”, dijo tras la peor derrota del curso. El club elige a cambio la calma, la espera. Al menos hasta que los últimos dos partidos dicten una sentencia propia. Quizá porque también recuerda que a los ceses de Víctor le siguen también guerras silenciosas y nunca buenos precedentes.
Al margen del peso específico del técnico, ninguna leyenda se sostiene sin victorias. Duele verle sin brillo en los ojos, encerrado en una nueva pandemia deportiva, prisionero en su banquillo. Y después de sumar 4 de 18 puntos posibles, ante Huesca, Málaga, Córdoba, Albacete, Depor y Eibar, urge vencer para apagar el último incendio. En el Zaragoza se cumple la teoría del hámster. Encerrado en su rueda corre sin escapatoria, su paso empieza siendo firme, recto, hasta que descubre que se agita y se mueve para quedarse en el mismo lugar. Ni puede avanzar ni le conviene detenerse. Mañana espera romper la rueda ante el Oviedo, en un partido en el que debe cambiar su suerte. Solo así podrá salir del bucle de sus inviernos y podrá ponerle llaves a sus jaulas.