ZARAGOZA | El Real Zaragoza volvió a cerrar su jornada con empate. En esta ocasión lo hizo ante el Alcorcón en Santo Domingo, en uno de los partidos más aburridos que se recuerdan. El resultado define a la perfección el trayecto de Velázquez en La Romareda y no solo porque lo haya sumado más veces que ningún otro. Sus seis empates le han proporcionado un balance en el que solo hay dos victorias y una derrota.
La mejora del equipo ha parecido siempre algo artificial. Incluso sus seis partidos sin derrota, quizá porque también se puede perder sin llegar a hacerlo. Es probable que haya un signo que defina más al Zaragoza de Velázquez que ningún otro: demasiado preocupado por perder, no siempre ha hecho lo suficiente por ganar los partidos. Esperó su momento ante el Andorra y quiso trazar un camino similar en Santo Domingo. Dejó pasar los minutos, a la espera de un detalle, de un fogonazo de talento o de un golpe de la suerte. En un partido impreciso, feo de principio a fin, el Zaragoza nunca estuvo más cerca de la victoria que en un tropiezo de Enrich.
El empate es el resultado más engañoso de este juego. Te sitúa a la misma distancia del triunfo que de la derrota, en un casi bien permanente. En ese contexto, se evalúan las formas de un equipo sin rostro, desnortado de nuevo, con muchos sistemas y ningún plan definido para los partidos. Desubicado en uno de esos campos en los que las ligas pueden perderse, el Real Zaragoza pareció la nada más absoluta.
La liga ofrece nuevas oportunidades, pero Velázquez se aferra al valor del vestuario, mientras le da la espalda al juego y al césped. Su lectura al acabar el duelo refleja una leve distorsión de la realidad. El equipo no solo no pareció en disposición de vencer, sino que ni siquiera se mostró demasiado preocupado por hacerlo. Su fútbol fue un bostezo, una coreografía lenta y sin sustancia. Sobre Velázquez no hay dudas de su trabajo y de su profesionalidad, pero sí de su estilo y sus ideas. A fuerza de que su equipo fuera muchas cosas, su Zaragoza no sabe ni quién es ni el plan que seguirá para serlo.
El aficionado encuentra hoy un consuelo menor. Trabajador incansable, nadie verá durante la semana tantas veces el partido ante el Alcorcón como Velázquez. Quizá el cambio o la reacción dependan de una cuestión: que la revisión del partido sea para el técnico la misma tortura que fue para cualquier espectador.