ZARAGOZA | Julio Velázquez estaba radiante al acabar el partido ante el Andorra. El Real Zaragoza había firmado un triunfo necesario, liberador, que celebró la plantilla y reunió a la afición. En el post llegó una de sus frases más importantes: “Me quedo con el grandísimo vestuario que hay. No se trata de planes ni estrategias sino de tener voluntad. Es uno de los mejores vestuarios de mi vida. Es una pasada cómo viven las victorias y las derrotas”.
El triunfo reivindicó la unión del grupo, subrayada por su entrenador, feliz tras superar el primer temporal. Y la victoria permitió una exageración de Velázquez: “hemos hecho un partido extraordinario”. Venció el Zaragoza, ganó bien y leyó el duelo y todos sus secretos. Pero el juego del equipo no pareció extraordinario y que el Real Zaragoza venciera al Andorra tampoco debería serlo.
Al margen de esa licencia, la victoria fue cómoda, coral y colectiva. El Zaragoza esperó su momento, no picó el anzuelo del Andorra y su dictado. Y cuando pegó, pegó para siempre. En los momentos de dudas, descubrió los reflejos de Edgar Badía, que volvió a hacer paradas que significaron puntos. El balance del año nuevo no se entiende sin la llegada de un portero distinto, con aspecto de chicle, salvador en Elda, decisivo también ante el Andorra.
En un grupo total y un vestuario unido, las pequeñas sociedades son imprescindibles. Ninguna como la que formaron Francho Serrano y Fran Gámez, autores de goles de otro partido, bellos en todas las cosas. Unidos durante mucho tiempo en el perfil diestro, se encontraron esta vez en el marcador, con dos celebraciones especiales. Francho Serrano es hijo del Zaragoza, Fran Gámez festejó que será padre con un gol para el recuerdo.
Velázquez resumió la victoria a partir del trabajo del grupo. No fue un triunfo brillante ni extraordinario, pero sí una victoria coral y colectiva, que ensalzó el trabajo de todos. Ante el Andorra, el equipo volvió a ser una unidad.